Les llegó el momento de afrontar la consecuencia de lo votado y los británicos, entre exaltación y disgusto salpicado de arrepentimiento, han tenido que iniciar su tortuosa salida de la Unión Europea. Apenas han pasado unos días de ese duro momento tantas veces pospuesto pero, siguiendo la tónica actual de tener que competir con una sucesión vertiginosa de noticias que no cesa, aquello del brexit ha quedado enterrado bajo coronavirus, encuentros aeroportuarios, eutanasia, agricultores... Algo tan reciente y con tanta repercusión ya casi parece historia, no viene mal volver a recordar este brexit con el que la UE pierde un 5,4% de territorio, el 13% de población y un 15,2% del PIB. Sin duda se podría afirmar que pierde más aún, porque esta marcha también se lleva incuantificables porcentajes de cultura, movilidad, oportunidad, creatividad, trabajo, investigación, defensa, posibilidades... También ellos pierden, nadie lo niega, pero hay que reconocer que jamás estuvieron cómodos ni tuvieron verdadero propósito unionista. Tarde o temprano estaba cantado un desenlace de este tipo. Los británicos, o tal vez fuese más preciso decir los ingleses, son muy suyos en el sentido más literal de la expresión. Nadie como ellos es capaz de mostrar una actitud tan escrupulosamente aséptica en las relaciones. Lord Palmerston, un hombre que debía conocer bien el paño al haber sido capaz de mantenerse de manera continuada en la política británica durante los dos primeros tercios del siglo XIX, ya fuese como Primer Ministro, Ministro de Exteriores u otros cargos, hizo una autocrítica (o aclaración) sobre los ingleses absolutamente ilustrativa sobre su manera de proceder: «No tenemos aliados eternos, y no tenemos enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y nuestra obligación es vigilarlos.» Dicho en otras palabras: a Inglaterra el ajeno le importa un pito, no tiene amigos ni enemigos, solo intereses que defender. Esa es la cuestión, la raíz de su incomodidad, y la de su falta de voluntad unionista. Por lo que hemos podido comprobar en los últimos meses, la declaración de Lord Palmerston sigue absolutamente vigente. Con un planteamiento tan férreo por parte del lado inglés, ni a la UE le hubiese sido posible estar plegándose constantemente a los intereses de Inglaterra, ni Inglaterra podía ceder un ápice en beneficio de la UE si ello conllevase lo que a su juicio se pudiese considerar contrario a sus intereses por mínimo que fuera. El resultado final de todo este turbulento proceso del brexit es que hemos acabado viendo cómo el soberanismo nostálgico y populista se ha acabado imponiendo sobre una corriente unionista más acorde a las circunstancias. Lo de acorde no es a la ligera. Ante una China que emerge como potencia mundial, el riesgo permanente que provoca la ambigüedad de una Rusia siempre tan antieuropeísta, la guerra comercial con los EEUU de América, la constante alerta de terrorismo islamista... Amén de otros frentes que van apareciendo fruto de la deriva internacional, cuesta trabajo creer que surjan en Europa tantos y dispares clamores de ruptura como no sea por puro oportunismo político. Por fortuna también surgen iniciativas como la propuesta hecha por Rui Moreira, alcalde de Oporto, a favor de un tratado tipo Benelux entre España y Portugal que por analogía ha denominado Iberolux. Un acuerdo de unión que, al margen de otros beneficios estratégicos como reforzar el propio concepto de una Europa unida y ser un modelo contraindependentista, facilitaría a ambas partes volver a fundir como pueblo y cultura lo que no hace tanto la historia separó.

* Antropólogo