Todo cambió cuando apareció aquel chavalillo junto a una mujer tal vez demasiado joven para ser su madre que siempre sonreía a lo lejos. Hasta entonces Álvaro estaba a disgusto en la playa, aburrido, quejándose de esto y de lo otro, arisco, resoplando cada dos por tres, tirando a insoportable. Su padre intentaba no perder la paciencia y lo animaba a pasar el rato de la mejor manera posible. ¿Quieres que juguemos a las palas? No. ¿Damos un paseíto por la orilla? Estoy cansado. ¿Hacemos juntos una sopa de letras? Paso.

La madre de Álvaro estaba harta. Había dado por imposible un cambio de actitud de su hijo, un preadolescente desagradecido al que todo le parecía poco, a ver si aprendes a valorar lo que cuesta conseguir las cosas, leche ya con el niño, que se ha propuesto amargarme las vacaciones y lo va a conseguir.

La hermana de Álvaro iba a lo suyo, alejada de su flamante móvil solo el tiempo estrictamente necesario para remojarse y acabar de tostar su cuerpo.

El padre de Álvaro era quien llevaba peor el mal humor de su niño. Perplejo, desalentado, se preguntaba cómo había podido cambiar tanto esa criatura de un verano a otro, qué había sido del entusiasmo buscando cangrejos, de la alegría manejando la cometa, de la compenetración quedándose completamente quietos esperando la salada acometida de las olas.

Por eso la aparición de aquel chavalillo en aquella playa no muy concurrida fue la llegada de la luz al final del túnel. Se llamaba Guille. El compañero perfecto. Un fenómeno. Imposible no estar a gusto con él. Al principio pudo dar la impresión de ser el típico pesado, un friki. Sin ningún tipo de apuro hizo el ofrecimiento que iba a repetir invariablemente mañana y tarde desde ese día: se acercó en busca de Álvaro, que si quería echar un partido. Al intuir que su hijo estaba a punto de esgrimir una negativa borde, el padre se anticipó y a las porterías que se fueron los tres. Como era previsible, pronto quedaron solo dos en el campo de juego. Y ese fue el principio de una gran amistad.

Guille devolvía cualquier pelota hasta hacer maravillosamente interminable cualquier partido de palas con su nuevo amigo y le contagiaba las ganas de disfrutar de cada baño como si fuera el último. Guille animaba a su nuevo amigo para llegar a paso ligero casi hasta el faro, adelante los valientes. Guille cambió el verano que hasta entonces había sido soporífero para su nuevo amigo

Una pena que lo bueno se acabe tan pronto. Una tarde Guille le dijo a su nuevo amigo que al día siguiente no iría a la playa porque ya se volvía a Mérida. Al escuchar la triste novedad, su nuevo amigo hizo como si no pasara nada, pero en el fondo le dolió que lo bueno se hubiera acabado tan pronto. A partir del día siguiente tendría que volver a quedarse clavado en la hamaca soportando el malestar de su hijo y el cabreo de su mujer.

* Profesor