La diabetes es uno de esos enemigos de la salud de crecimiento silencioso, evitable o al menos postergable en el tiempo en gran parte de los casos, que cuando se hace evidente requiere una vida de permanente vigilancia, de tratamientos y, cuando avanza, de la insulina inyectada, que restringe aún más la vida de los enfermos. De la diabetes se derivan muchas otras dolencias y riesgos para la salud, por lo que resulta alarmante que se haya disparado en Córdoba, alcanzando a más de 120.000 personas ya diagnosticadas, sin contar las que se encuentran al filo de la enfermedad (prediabetes) ni las muchas que la padecen pero al no hacerse analíticas lo desconocen. Es una pena que Córdoba haya pasado en apenas una década de tener un 12% de afectados a alcanzar el 15,3% de la población, un crecimiento asociado a factores como la obesidad y el sobrepeso, es decir, perfectamente evitables con unos hábitos de vida menos sedentaria y mejor alimentación. La administración sanitaria se esfuerza en ir aplicando los modernos tratamientos, desde las bombas de insulina (escasas todavía) que ya implanta el hospital Reina Sofía hasta la decisión de dispensar las agujas en las farmacias a partir del 27 de noviembre. Pero el riesgo, la pérdida de calidad de vida y el coste para la sanidad pública de una enfermedad que se reduciría mucho con cambios de hábitos hablan de la necesidad de invertir en educación y prevención.