Paseábamos por el puente de Londres. Habíamos visto atardecer sobre el Támesis. Éramos tan felices que la gente parecía conocer cuánto nos amábamos. Yo caminaba unos pasos delante de ti. Poseíamos todo nuestro amor y todos nuestros sueños. Íbamos a casarnos. Tendríamos un hogar. Tendríamos unos hijos. Envejeceríamos juntos. Y así nos diríamos el último adiós hasta que nos encontrásemos de nuevo en la eternidad. Pero escuché a mis espaldas el rechinar de las ruedas de un coche. Miré para atrás. Te vi en el suelo. Y moriste en mis brazos. Un instante. Sí, fue un instante. Un solo instante, y te perdí. Un soplo esfumó el alma que formaban nuestras almas. Recogí tu aliento. Ya viviré muriéndome para siempre en ese instante, amada mía; cuando lo perdimos todo, cuando vi tus ojos, que me lo preguntaban todo. Y yo ya no tenía respuestas para nada; solo mi amor, que empezó a llorar y no acabará nunca de hacerlo. Ahora le escribo a todos los enamorados del mundo: «Por favor, amaos, amaos por mí, por todos los que no pueden amarse. Aprovechad cada instante para decíroslo, para entregaros mutuamente vuestro amor. Poseéis el más bello tesoro de la vida. No perdáis ni un instante, separados por nadie ni por nada. Cogeos de la mano. Apagad los miedos que quieran destruiros. Caminad. Vivid. Besaos. Sí, besaos mucho, continuamente, por todo y por nada. No dejéis de daros un beso, una caricia, en la cocina, al salir a la calle, aunque estéis juntos cada instante. En el amor no existe la rutina. Cortad la rosa más bella de mayo y dejadla como sorpresa en un jarrón o sobre la almohada. Escribíos un poema de amor cada amanecer. Cobijaos uno en el otro cuando llegue la noche. Aunque discutáis por algo, sea lo trascendente que sea, no os olvidéis de la ternura. Mirad juntos los paisajes de los montes hacia el cielo, de un mar hacia su infinito. Celebrad juntos cada aniversario de vuestro amor, porque cada día es un regalo de la vida. Volved muchas veces al sitio donde os entregasteis uno al otro, al lugar donde os disteis el primer beso, y celebradlo juntos, siempre juntos, porque os tenéis mutuamente y estáis solos frente al mundo. Así, cuando la muerte os llegue a alguno de los dos, el otro no se sentirá abandonado. Así, nunca lloraréis ningún tiempo perdido».

* Escritor