Según ha podido apreciarse fácilmente, los recuerdos personales desgranados hasta aquí no tienen otro objeto que el de señalar, con la modesta medida que le es propia al articulista, la excelente, insuperable imagen poseída por Cataluña y sus naturales en la región más extensa del país. Como es sabido, justamente era esta la principal contribuyente demográfica al espectacular desarrollo del Principado al despegar la segunda etapa del franquismo; y no obstante las duras --casi infrahumanas, a las veces- condiciones de la forzada aclimatación y régimen laboral de la mayor parte de esa gran masa de población inmigrada (¿cuándo escribirá el jiennense Dr. Luis Padilla Bolívar sus memorias de tal época?), las críticas de dicha situación en la opinión pública sureña del periodo no traspasaron nunca el nivel de la estridencia y el maximalismo. A mayor y un tanto paradójico abundamiento, la áspera --inmisericorde, en ocasiones-- censura de las esferas progresistas y círculos marxistas del Mediodía así, como en conjunto, los de toda la nación, dirigían sus dardos acusadores en la literatura antifranquista de la época --no siempre clandestina o catacumbista-- a la oligarquía norteña, con escasas alusiones a la plutocracia textil y empresarial del Principado.

Habiendo escrito recientemente el autor un libro sobre el tema y sin la descortesía de remitir a sus páginas al amable lector, es cosa que después de haber indicado al vuelo el susomentado análisis de la intelligentzia franquista, retornen estas líneas a la descripción de la densa atmósfera catalanófila que envolviera la infancia y juventud andaluza del cronista. Su relación discipular con Florentino Pérez-Embid y D. Jesús Pabón y Suárez de Urbina no hizo al respecto más que ahondar en una trayectoria tiempo atrás comenzada, según ya se viera. El primero, de memoria meticulosamente borrada en el Principado y también en otros lugares todavía más inesperados y de penosa mención, se mostró invariable y decididamente ardido defensor del buen nombre y, en lo que le fue dable a un político-intelectual importante de la dictadura, del quehacer y proyección de sus colegas y amigos de Cataluña --abundantes en el mundo editorial y universitario--. Una vez pasadas las naturales rodomontadas e hipérboles a que tan propicias son las conmemoraciones --y más en España, y de manera muy singular y peraltada, en Cataluña...--, es obligador registrar el clamoroso olvido que en el I Centenario del nacimiento de Jaume Vicens Vives (1910-60) padecieron el constante aliento y la permanente ayuda gubernamental (1951-60) que el muy notable americanista prestó al eximio historiador gerundense y a varios de sus discípulos más directos como, entre otros, Jordi Nadal o Emili Giralt.

En vertiente distinta, pero no diferente, deben colocarse la solicitud y valoración extremas que el sevillano J. Pabón descubrió indesmayablemente a lo largo de su rica andadura intelectual, de escaso paralelismo entre sus coetáneos. Es muy probable que la historia contemporánea de Cataluña no haya tenido hasta el presente un estudioso más penetrante y buido, fruto a la vez del estudio y del amor --intellecto d´amore--. Igualmente sin demasiado eco gratulatorio en el Principado, otro sobresaliente discípulo de Vicens Vives, el insigne modernista Joan Regla Campistol, salvó, sin embargo, el honor de sus coterráneos y colegas con la vívida y muy cordial semblanza que trazara en una de sus obras más difundidas: Historia de Cataluña. H * Catedrático