La comunión de intereses ha llevado a 11 partidos políticos a la aprobación parlamentaria de los Presupuestos Generales del Estado, permitiendo la continuidad del presente Gobierno, que podrá terminar así la legislatura. Mayoría ampliada a la moción de censura a Rajoy, que incluye independentistas, nacionalistas y regionalistas, además de toda la izquierda del Parlamento. Frente a ello, se sitúa la división de los tres partidos que ocupan el espectro político de la derecha, todos a la gresca entre sí y robándose permanentemente la cartera buscando ser la alternativa futura.

Ello ante el desconcierto de gran parte del electorado, que desde la izquierda asiste atónito a los continuos desmentidos y confrontaciones internas de los dos partidos que sustentan el Gobierno. Baste recordar la postura oficial sobre las pseudo elecciones de Venezuela que rechaza la comunidad internacional, o la jornada laboral de 4 días propuesta por el vicepresidente sin contar con el ministerio del ramo ni con los datos de mínima viabilidad. Ello además de los pactos contra natura con los independentistas catalanes o los filoetarras vascos que sonrojan al socialista más veterano. Aderezado, además, con el envite a la lengua oficial, la campaña orquestada contra la monarquía parlamentaria y constitucional, una ley educativa de partido que ya nace suspensa, la pretendida reforma del poder judicial, etc. Grave crisis institucional directamente causada por la clase política que no resuelve los problemas de la calle, siendo uno de los países del mundo más afectados por la pandemia en su economía con un brutal descenso del PIB, o con una tasa de desempleo que camina hacia el 17 por ciento, más del doble que los países de la OCDE.

¿Qué se puede hacer en esta situación?, se pregunta mucha gente. No tenemos una varita mágica. Pero las alternativas podrían venir de varios flancos. La primera, sería que el socialismo de Estado, en lugar de seguir tragando sapos y culebras como señalan sus máximos líderes históricos, y utilizar la vaselina como anuncian los barones territoriales, si no puede cambiar los designios de las nuevas generaciones, en palabras de la erudita Adriana Lastra, conformara una nueva opción política. No sería la primera vez que, quienes no se sienten representados por la dirección de un partido político, hicieran algo coherente además de denunciarlo, y liderasen una nueva formación acorde a los valores básicos de dicha ideología. CDS, UPyD o la propia Vox se desgajaron en su día de otras formaciones.

Otra opción sería que la derecha constitucionalista, para distinguirla de la independentista que sí pacta con el Gobierno, dejara de tirarse los trastos y plantease una coalición. Postura que los egos hacen imposible y que requiere, seguramente, de otra severa derrota electoral y de nuevos rostros que ya triunfan en las autonomías para construir una alternativa más creíble y depurada. La tercera vía, nunca desdeñable, es que la ciudadanía misma lidere una alternativa. La soberanía reside en el pueblo español, no en los partidos políticos. Los representados siempre deben tener la última palabra por encima de los representantes. No nos quejemos siempre de los demás desde el agotamiento y el hastío comprensible, y pensemos que hace 6 años se fundó por entonces desconocidos el partido que hoy gobierna en coalición en España. O puede que todo siga igual o a peor en estos tiempos de confusión, manipulación, parálisis y miedos. Al tiempo.

* Abogado y mediador