Cada día deben llegar a la Unesco cientos de peticiones que imploran la «declaración de patrimonio de la humanidad» para salvar el arte de la barbarie, un paisaje exclusivo de los excursionistas depredadores y una ciudad singular de sus propios vecinos, que suelen ser los peores. Y toda esa burocracia y revuelo de los paisanos está muy bien, pero quién protege los tesoros que llevan siglos a buen recaudo y que podemos contemplar cerca de casa, aunque muchas veces las ignoremos, especialmente cuando tenemos tiempo libre y dinero para viajar cuanto más lejos mejor. No son pocos los jóvenes que he conocido, también muchos adultos, que no han visitado el Museo del Prado, por ejemplo, pero en cambio ya han conocido la experiencia supuestamente divertida de hacer un crucero de fin de curso. No importa, cuando vuelvan de esas aventuras lujosas o de estar rascándose la panza en la Riviera maya, los fondos de los museos seguirán estando allí. Pero resulta que esos templos del arte y la cultura, con tantos años abriendo cada día y calladamente, ahora no pueden vivir sin la publicidad, sin la pasta de los famosos excéntricos, donde se lucirán aquellas personas que tantas veces pasaron por su puerta y jamás entraron. No se cuantas veces habrán estado Beyoncé y su novio, el rapero millonario Jay-Z, en el Louvre pero el caso es que se han encaprichado para grabar allí el videoclip de Apeshit, avance de su último disco. Visto el vídeo ha surgido la polémica, pero más ceñida a lo que han pagado por el alquiler del museo durante las cuatro noches que lo asaltaron, que podrían ser unos 23.000 euros por acampada. Y esa no es la cuestión, más grave me parece que ante alguna crítica hecha al Museo por esta vulgarización de Beyoncé en diálogo con La Gioconda se hayan defendido argumentando que ahora muchos jóvenes se acercarán al arte y a la cultura. Vamos, que se ven como unos misioneros de las bellas artes. La cultura no es eso. La cultura supone un esfuerzo personal por descubrir el conocimiento y no saltos y ritmos sinuosos de chicas vestidas como para jugar un partido de voleibol en la playa. Pero vivimos la sociedad del espectáculo donde lo que importa es estar frente al ser, brillar frente al pensar, verlo todo sin sentir nada. Y me temo que esto no tiene vuelta atrás, con la tiesuna que tienen los museos, pongamos que en España, o en Andalucía, esta megalomanía de poseerlo todo incluso lo que no entienden ni respetan, será pronto moneda corriente para que los centros de arte se alquilen a los artistas extravagantes, publicistas y cocineros para que hagan de las suyas. Además de los horarios, a las puertas de los museos ya pueden rotular: se alquila.

* Periodista