¡Qué son mis pobres palabras de retaguardia en comparación con los que lucháis por mí en la vanguardia y mucho más allá! ¡Mi seguridad os debe tanto y tanto a los médicos, las enfermeras, los auxiliares, las limpiadoras, electricistas, panaderos, cajeras, repartidores, a los que procuráis que nos siga llegando limpia el agua, el conductor de ambulancia, el tendero, el sacerdote, el soldado, un policía, un guardia civil, y con tanta soledad en vuestros puestos de avanzadilla; y sobre todo sobre todo, a los que nos recogen la basura! ¿Me dejo a alguien sin nombrar? Sí, a muchos y a muchas, pues, más al fondo de este sobre todo de estos humildes héroes sin recuerdo, sus familias, sus esposas, sus hijos, madres, padres, que les abren la puerta de la casa, el vaso y el lecho cuando regresan del combate, llenos de todos los peligros, heridas, miasmas y angustias que han recogido de nosotros por las calles, los cuartos y las toses. Sí, vosotros sois la sal de la tierra, y, como nos pregunta Cristo, si la sal se vuelve insulsa, ¿con qué se salará? Yo, tan cómodo en mi cuarto, asustado, viendo inconvenientes en todo, quejándome de no poder hacer mi egoísmo mío de cada día mío. Un leve carraspeo, y mi histeria; un estornudo, y corro al termómetro. ¡Pobre alma la mía ante tantas buenas almas, grandes almas, anónimas, humildes, que, cuando pase todo este viento oscuro, las regresaremos al olvido! Frente a vosotras, ¡qué poco mis cómodas palabras vanidosas, bien protegidas tras el inmenso escudo que sin tregua sostenéis ante mí, jugándoos la vida, o sea, vuestros seres queridos, vuestros planes, vuestros sueños! ¡Almas grandes, que Dios os bendiga y os dé siempre su paz y su cobijo!, porque aunque no creyeseis en nada, vivís mucho más allá de tantos egoísmos, en ese ámbito secreto donde reside eternamente el misterio del amor. Y para los que estáis conmigo en la retaguardia, perdonadme, al menos esta vez, que prescinda de eso del lenguaje no sexista, porque tengo tanto que agradecer a tantas mujeres, hombres, madres, padres, hijos, que me hubiese comido el espacio de este texto, y no son tiempos para florituras ni para tiquismiquis. Eso lo guardo para cuando todo vuelva a ser «normal»; es decir, para cuando volvamos a poder jugar a ser tontos y tontas.

* Escritor