Con la democracia de 1978 al fin se aprobó el divorcio. Parecía inverosímil que hubiéramos llegado al siglo XX sin una institución civil tan necesaria. Entonces comencé a preguntarme cómo era posible que algo tan flagrantemente indispensable podía haberse dilatado tanto. Y qué quieren que les diga, encontré una razón para que, como mínimo, no pensemos que el divorcio es tan evidentemente justo de cara a la independencia porque también puede erigirse en utensilillo del egoísmo y de la bajeza moral; y quizá en el pasado, el evitar este uso fraudulento del divorcio fuera uno de los motivos para que llegara tan tarde su aprobación legal.

El matrimonio es una unión religiosa para unos, y, para otros, un acuerdo de voluntades. Pero en ambas formas es el compromiso de una palabra dada que no puede dejarse arrastrar por motivos achacables a, como diría Felipe II, los elementos, es decir, a las adversidades que provoca el paso del tiempo ajenas a la esencia de la unión.

Sí que está claro que en muchos casos lo que tiene el carácter de providencial no es el matrimonio sino el divorcio porque permite que dos personas que no pueden o no quieren estar juntas se separen o también que una de ellas pueda escapar de un sometimiento por parte del otro. En estos casos y en otros pues al divorcio hay que hacerle la ola. Cuando hablamos de leyes vigentes en democracia, necesariamente son leyes éticamente aceptables pues para su legalidad han tenido que pasar el filtro del respeto a la dignidad humana. Pero en una democracia avanzada y sana, la práctica del honor es tan importante como la de la libertad. Y no es menos cierto que en algunos casos el divorcio lo que hace es lo contrario, es decir, institucionalizar el deshonor legalizando una traición. Y un traidor nunca debería ser legal. Son los casos en la que una de las partes deja literalmente tirada a la otra, cuando la persona traicionada previamente había dedicado su vida a su traidora mitad, renunciado así a muchas de sus aspiraciones personales en aras de la proyección social del otro o de la construcción de una bella familia; o sea, es decir, a ver si me explico, un sacrificio total por amor. Ya sé que la libertad de elegir es fundamental. Ya sé que el divorcio tiene más pros que contras. Pero eso no quita para que yo crea que en el caso explicado el divorcio no signifique el documento que firma una justa separación basada en la independencia individual sino la constancia escrita de que una de las partes es un ser despreciable a quien ese Dios que vela por el matrimonio debería dar su merecido.

* Abogado