Hay diversos tipos de carreras además de las pedestres y las académicas, las de los despropósitos. El título que encabeza puesto en boca de un personaje de Shakespeare, en Hamlet, es la sospecha de que hay desajustes o despropósitos; en el caso de la sangre real llamada a tan altas miras tiene su incidencia mayor si cabe, pues han de sufrirla los vasallos. Calderón hace lo propio en La vida es sueño con Basilio, rey de Polonia, que encierra en una mazmorra a su hijo Segismundo, ante la sospecha de los adivinos de la corte de que el rey futuro podría ser un hombre tiránico para su pueblo. El preceptor del príncipe, puesto por su padre el rey, ante la última sospecha de que las cosas no fueran como le habían vaticinado los magos cortesanos, obra el prodigio de que una vez liberado de la mazmorra se comporte de una forma prudente para su pueblo.

La educación de un preceptor puede perpetuar un estado de cosas y alargarlas hasta límites insospechados, como sucedió con un dictador que nombró sucesor futuro en la jefatura del Estado a un futuro monarca. Lo acompañó de palabras que resultaron con el tiempo ser premonitorias, aquello de todo está atado y bien atado. Eso hizo afirmar a alguien que su país era uno, grande y libre, y que si hubiera dos que a buen seguro todos se marcharían al otro. Siempre hay ejemplos a los que acudir en el otro sentido, que permiten deshacerse en elogios acerca del poder liberador de un buen preceptor o maestro, curtido en la soledad del pensamiento y las buenas causas. La educación cumple ese papel liberador y hace de oportuno solaz para algunos parroquianos de taberna, como aquel que le dijo a su joven hijo que estudiara para maestro, ya que se cobraba bien y gozaba de buenas vacaciones. Alguno de los presentes hubo de contestarle que en días de oportuno solecito de terraza que abonaba la idea del café él veía con envidia tras los cristales a los que se solazaban en tanto que él preparaba clases o corregía exámenes.

Lo malo de la guerra de papá es que hipoteca el pensamiento de los hombres y mujeres del futuro con las experiencias propias vividas, las cuales cuenta sin la más mínima oportunidad de entredicho por parte de hijos e hijas. No de otro modo podría comprenderse que alguien les hablara de las lenguas de España con la negativa frontal del auditorio, entiéndase clase, y una alborozada exposición de banderas de la España toda. Qué decir de lo empinado que era remontar hacia lo que se ha llamado las lenguas de España y el inminente peligro de un excesivo aumento de la yugular, expresión inequívoca de rabia contenida cuando no de pasión celtibérica.

Sigue la carrera de despropósitos, por más que dos próceres repartieran ufanos bocadillos de calamares del Madrid de siempre, por la celebración del cierre del macrohospital de campaña, rotas por el momento, ¡oh maravilla!, crueles imposiciones de guantes y mascarillas. Hubo un prohombre del Sur al que la cruel listeriosis de una carne envasada hubo de amargarle la felicidad; cuentan que se le quedó una dicción extraña cuando sale en pantalla y en tono triunfalista celebra lo rápidas que van a ser las vacunaciones gripales de otoño, ante la sorpresa de los llamados grupos de riesgo que se miran entre la incredulidad y el asombro. El asombro sin tasa sigue, pues permitió una corrida de toros con más de dos mil aficionados en las localidades, en tanto que negó el aumento por encima de ochocientos a un club de fútbol que le había presentado un protocolo de seguridad de noventa páginas.

Es inevitable como consecuencia que los ciudadanos de el sur también existe bajen vencidos la cabeza y experimenten desazón ante semejante imagen que recuerda a toneladas de la llamada España casposa. Sigue el desfile de banderas del que han llamado pueblo vil asistente a la que resulta mera feria de vanidades en la que se hurga y no salen sino una expresión indeseada de la carrera de despropósitos. Sí, decididamente algo huele a podrido en Dinamarca en palabras del personaje teatral de la inmortal Hamlet.

*Ensayista