Hay alcaldes y alcaldesas que son despedidos o añorados con mucho cariño, es el caso de Tierno Galván, el viejo profesor, y de Manuela Carmena en Madrid, de Iñaki Azkuna en Bilbao o Julio Anguita en Córdoba, por mencionar algunos ediles destacados. Hay un denominador común en todos ellos, llegaron a sus respectivas alcaldías como excelentes profesionales: catedrático de universidad, jueza, médico y profesor, respectivamente. También en estas personalidades confluyen el convencimiento de sus ideas y el amor a sus ciudades.

Aún recuerdo el entierro multitudinario de Tierno Galván en Madrid cuando toda la ciudad se echó a la calle para despedirlo. Había conseguido darle la vuelta a Madrid como un calcetín, colocándola en el cogollo de las grandes urbes europeas. Manuela Carmena, una gran señora, ha hecho el milagro de sanear las cuentas de un Ayuntamiento atrapado por la corrupción, al mismo tiempo que ha desarrollado una política social y medioambiental sin parangón en otras ciudades. Iñaki Azkuna fue capaz de transformar Bilbao, una ciudad industrial en declive, en un centro internacional para el turismo de calidad y las artes. Julio Anguita fue un alcalde carismático que consiguió uno de los mejores resultados electorales en unas elecciones municipales, impulsor, entre otras medidas, de la participación ciudadana.

A todos ellos podríamos aplicarle el slogan que le han dedicado a la alcaldesa madrileña: «Carmena no pierde Madrid. Madrid ha perdido a Carmena». Por desgracia, la deriva que ha seguido la política en estos últimos veinte años nos ha llevado a alcaldes que se van sin pena, ni gloria, y a otros que llegan con más pena que gloria. Alcaldes, concejales y otros cargos que entran en la política sin oficio ni beneficio profesional, ya que desde muy jóvenes pertenecen al aparato del partido, saltando a responsabilidades políticas sin haber ejercido un trabajo o una profesión como cualquier ciudadano. ¡Qué gran diferencia con los alcaldes citados! Por eso no nos debe extrañar los escasos resultados que cosechan para el bien de sus ciudades.

Andalucía, y Córdoba en particular, necesita de una gran base social, de mujeres y hombres dispuestos a remangarse por su tierra. Personas dignificadas por sus trabajos y dispuestas a dedicar unos cuantos años de su vida a la tarea pública. Mujeres y hombres que sientan a su pueblo, se identifiquen con él, y luchen por conseguir una mayor implantación de los derechos humanos, sobre todo en los sectores más excluidos de la sociedad. ¿Será posible este sueño? Lo será si nos ponemos mano a la obra desde el minuto uno, de tal modo que cuando lleguen las próximas elecciones haya equipos preparados para gobernar sus ciudades desde la base, sin protagonismos y colaborando codo con codo. Equipos humanos que previamente hayan elaborado un programa social basado en la defensa de los derechos humanos, el ecofeminismo y la cultura. Programas con medidas para el empleo, que eviten la marcha de nuestros jóvenes.

La ciudadanía que cree en otra humanidad, donde la justicia social y la igualdad sean las bases de la convivencia, debemos pasar a la acción y no quedarnos en el desolador sillón de la frustración. De nada sirven las lamentaciones y las protestas sin propuestas. Nuestras ciudades no pueden estar gobernadas por partidos que no respetan los derechos humanos, la tolerancia y la diversidad, bien porque lo llevan en sus programas y acciones, bien porque de alguna manera entren a formar parte del gobierno municipal. Una de las primeras medidas que tomará el probable alcalde de Córdoba, José María Bellido, será no respetar la memoria histórica, manteniendo los nombres del régimen franquista. El gobierno municipal saliente se lo puso fácil, ya que después de un año no tuvo tiempo de cambiar el callejero propuesto para las principales vías de la ciudad. Ahora más que nunca es necesario recordar las palabras de Nelson Mandela: «La democracia exige que los derechos políticos y de las minorías se resguarden».

* Profesor y escritor