La mayoría de los centros de prospectiva económica aventuran un crecimiento económico para España extraordinario, por encima del 3%, incluso arañando la fabulosa cifra del 4%, este y el próximo año. El aluvión de turistas y el sistemático goteo de acontecimientos como el Orgullo, que se celebra estos días en Madrid, inyectan dinero y optimismo; nuestros problemas --que son muchos-- los vamos lavando a base de entretenimientos y diversiones fáciles y baratas que nos proporciona internet y las miles de pantallas que proyecta.

Para los más difíciles de consolar, ha renacido el teatro. En las grandes ciudades donde se concretan las batallas más duras de la modernidad, se abren salas y más salas para exhortizar, desde sus proscenios, nuestros grandes males con el talento de novísimos dramaturgos o acudiendo a la actualización de los clásicos. Y también las poesías livianas --que se arriman a las falsas del amor y el sexo-- acuden en ayuda de los desahuciados después de las grandes avenidas de la crisis económica. El fútbol, la cerveza barata, la ropa de usar y tirar y el contrato por una semana también ayudan, pero...

Sí, todo transcurre de esta manera pero en España no escapamos de la atonía y el atolondramiento nunca. Todo sigue igual o peor en las alturas. Nadie cree que «esto pueda tener arreglo», y menos aún los que hemos elegido para desatascar las tuberías del futuro. Nuestros políticos se mueven permanentemente insinuando que avanzan, pero cuando le hacemos el informe de gestión resulta que cada carrera que realizan les deja más atrás en el camino. Rajoy, tras enredar con un alud de diálogo en Cataluña (empotró, o así se nos dijo, a su vicepresidenta en Barcelona), a la postre parece que no tiene más salidas que las de la Guardia Civil y los tribunales para detener aquello. Pedro Sánchez, después una victoria interna fenomenal «que llevará de nuevo al PSOE a la izquierda», resulta que va a buscar las banderas rojas en las torres de Podemos, en tanto que el líder de este partido, apercibido del desconcierto reinante, aprovecha para atizar contra la Corona. Vamos, como si no tuviéramos bastantes líos, echamos en la olla el conflicto mayor. Y Ciudadanos, viendo que el chapoteo del PP en las inmundicias de la corrupción les favorece electoralmente, se solaza en el tacticismo apuntándose ventajillas en los acuerdos más dispares. Nos obstante, lo peor de todo no es la preocupación por lo que viene sucediendo, sino la alarma que sonará al confirmarse que muchos de estos azares no tienen remedio. A los nuevos políticos no se les ve capaces de recomponer la España postcrisis económica, sino que husmean buscando el bocado más suculento entre sus despojos. Así pues, dejémonos llevar por la nutriente catarsis del teatro, el ruido exitoso de las redes y las sorpresas felices y productivas que nos traen las grandes empresas del mundo porque en ellas iremos encontrado las respuestas.

* Periodista