No todos me entenderán, tampoco tengo paciencia para poder explicarles un sentimiento que tengo arraigado en el corazón.

Mi amigo, ese que me acompaña a todos sitios sin preguntar, ese mismo que se pone loco de contento cuando oye el claxon de mi coche, si hablo de ese, el que si no estoy cerca deja de comer... mi perro.

Lo intervinieron hace unas semanas, pero la recuperación se complicó, lo llevé a la Facultad de Veterinaria, me habían hablado muchas veces de la suerte que teníamos en Córdoba, ya que está reconocida a nivel mundial. Me lo dejaron mucho tiempo ingresado, la vuelta a mi casa cada día sin mi compañero de baile se me hacía dura, expectante de una llamada de teléfono que rezaba por no recibir.

Allí me enseñaron a confiar, a esperar y a no rendirme nunca.

Quiero agradecerle a Manuela y Ana que soportasen mis embestidas telefónicas con paciencia y cariño. A Sete por ser la primera en paliar el insoportable dolor que llevaba, a Alicia, Julio y María por su tremenda profesionalidad y sapiencia en la materia. Por la dulzura y por la cercanía. Os agradezco a vosotros y a todos a los que no vi, la entrega y me gustaría decir que siempre tendréis un lugar destacado en mi corazón.

Había gente preocupada por lo que me había costado todo esto, pues bien les diré que exactamente ocho días de insomnio, algún que otro paquete de tabaco, pero lo más caro, lo que sin duda ha dejado mi cartera emocional en números rojos ha sido saber que algún día me faltará. Gracias.