Apesar de que vivamos ante una economía dopada entre ERTE, préstamos ICO y una batería de ayudas sociales, que ofrecen el espejismo de que todo sigue bajo control mientras vemos de nuevo abarrotadas las playas, porque la herida está taponada y no sangra. Y a pesar de ser infectados por el virus de una información mediatizada en la que se minimizan los efectos directos y colaterales de la pandemia, las encuestas del CIS y cualquier conversación a pie de calle muestran el pesimismo de los españoles sobre la situación social y las perspectivas económicas que se nos avecinan.

En consecuencia, la actitud que muchos mantienen estos días es la del temor y el miedo a los rebrotes, al contagio, a la incertidumbre económica. Retroalimentando con los pensamientos negativos nuestras acciones, emociones y relaciones. Es la actitud limitante que nos autoincapacita, nos blinda y paraliza emocionalmente y busca refugiarnos en recetas, ideologías, credos y valores ya conocidos del pasado. Es la actitud que lleva a la trinchera del inmovilismo esperando que los demás lo resuelvan todo frente a los gurús del miedo, los informes del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, la OCDE o la previsión de cualquier otro organismo internacional. No queremos perder nuestras seguridades ni estatus de bienestar, que esta pandemia ha venido a cuestionar en este lado del mundo.

Otra actitud es la de la evasión. Vivir de forma indolente como si nada pasara, o como si nada dependiera de nosotros, o como si todo diera igual hagamos lo que hagamos. Es la actitud del «yo, a lo mío», «sálvese quien pueda», o del «carpe diem». Muchas personas pasan de mascarillas, de distancia social, y de cualquier otra medida preventiva. Permanecen ajenas a la solidaridad y a todo esfuerzo colectivo, quemando las naves a la vez que vociferando contra los males de nuestro tiempo, pero sin mover un dedo para mejorar nada. Descartando cualquier posibilidad de reconstrucción o avance.

La tercera actitud, como indica el filósofo francés Enmanuel Mounier, es la más difícil, pero la que abre paso a nuevos horizontes para la Humanidad, como defiende en su libro El compromiso de la acción. El fundador del personalismo comunitario lo denomina «afrontar, inventar y ahondar». Afrontar para reconocer la gravedad y plantarle cara, resistir el impacto de este tsunami. Y para ello resulta básico no ir por libre, sino apoyarnos en la comunidad. Inventar propone salir de la zona de confort, bucear en nuevas respuestas para responder a nuevos retos, innovando sistemas de vida y producción. Y ahondar nos invita a no quedarnos en la superficie, a superar la coyunturalidad del momento y a no banalizar con parches ni sucedáneos una crisis de calado. Cabe preguntarnos en qué liga de estas tres militamos cada uno de nosotros. Y ya saben, en tiempos de crisis, unos lloran y otros venden pañuelos.

* Abogado y mediador