Por fin derriban el viejo Polideportivo de la Juventud, el Poli, una realización del tardofranquismo para que los muchachos cultivaran el «corpore sano». Tras dieciocho años cerrado, olvidado y tapiado sigue ahora el mismo destino que la Noreña, como si los políticos de la democracia se avergonzaran de usufructuar realizaciones de la época azul. En realidad, al viejo Poli lo jubiló el apuesto pabellón de Vista Alegre (separado, por favor, no Vistalegre), que cercenó la prolongación de la Gran Vía Parque.

Cuando la excavadora termine de tumbar los muros del Poli sus escombros sepultarán muchos recuerdos. Los partidos de baloncesto en aquella cancha meridional nos familiarizaron con el pívot, el rebote y la canasta, vocabulario de genuino sabor americano, como el Marlboro, la Coca Cola y los pantalones vaqueros. Pero también fomentó la afición y la práctica del balonmano, el fútbol sala y el voleibol, como nos acaba de recordar Antonio Raya en este periódico, que ha reunido a allí, antes de que sucumba, a las viejas glorias deportivas que lo tuvieron por segunda casa. Y qué decir de aquellas veladas de boxeo en tórridas noches, cuando dolía respirar la atmósfera del Poli, cargada de tensión y de puñetazos reglamentados. Al igual que Serrat cantaba a los fantasmas del Roxy falta aquí un trovador que hilvane la crónica cantada del Poli y alimente los recuerdos de los nostálgicos.

El Poli era poli en un doble sentido, polideportivo y polivalente, pues cuando los curas preconciliares dejaron de amenazar con el fuego del infierno a quienes bailasen, el deporte convivía allí con los mejores guateques que recuerdo, y los domingos por la noche se travestía en discoteca popular, en la que los cordobeses y las cordobesas, claro muchacha, practicábamos el ligoteo al ritmo de los Pekenikes, Fórmula V o los Módulos, que cantaban, ¿recuerdan?, todo tiene su fin; todo, hasta el viejo Poli, que tras los titubeos y aplazamientos propios de políticos ineficaces sucumbe por fin a la piqueta sin que apenas lo llore nadie. Menos mal que lo primero que han hecho ha sido salvar las esculturas de Luis Aguilera, un artista olvidado, que aguardarán su nuevo destino en una atarazana. Espero que no desaparezcan misteriosamente, como desapareció el relieve de Guerrita, que ha vuelto a tallar Andrés Quesada y ya luce, esplendoroso, en su Acera.

* Periodista