La relevancia de los hombres no la marca el tronar y el halago multitudinario de las despedidas tras su muerte. La verdadera importancia es la queda impresa en el corazón y el recuerdo de quienes vivieron o trabajaron con ellos y los amaron. Así pues, todas las culturas honran a sus muertos.

Pero existen personas, que nunca conocimos, cuya obra y pensamiento (y también su leyenda) nos siguen marcando después de siglos. Estas son las que llegan a millones humanos. Claro que buena parte de estas personalidades, llamémoslas decisivas, no acompañan a las sociedades durante todo el tiempo desde que mueren. Un buen número de ellas son redescubiertas siglos después de que fallecieran (Aristóteles, Platón), y la mayoría de estos decisivos aparece y desaparece según las épocas. Los hombres somos así de caprichosos, ni siquiera sabemos convivir con nuestros dioses durante todo el tiempo.

Desde el siglo XVIII hasta hoy, siglos de grandes inventos y desarrollo tecnológico; del nacimiento y extensión increíble de la comunicación de masas, venimos adoptando más hombres decisivos que nunca en otras etapas históricas; y sobre todo hemos logrado escaparnos de los importantes per se cómo fueron reyes, militares, altos clérigos y santos. Nuestros notables comienzan a ser inventores y arquitectos; poetas, literatos, científicos y filósofos; artistas, deportistas cantantes y cineastas. También matemáticos y físicos como Stephen Hawking.

El fallecimiento a los 76 años de un hombre «que iba a morir a los 25», la desaparición de una criatura con una mente tan increíblemente brillante como menguado cuerpo (escribía ayudado por el dedo índice una media de tres palabras por minuto), ha servido para confirmar el cariño que le tuvo el mundo que le conoció sobre todo por su enfermedad, primero, por el impacto de sus teorías, luego, y siempre a causa de su humor y travesuras mil.

Pero también porque se atrevió a teorizar sobre el Todo: explicar por qué y cómo se creó el universo y cuál será su fin. Y no hay nada que más interese al hombre que saber qué lo ha traído aquí y por qué.

Este hombre tan popular y querido, que ha discutido con la obra de Einstein y prescindido de dios, sin embargo, no se le ha concedido el Nobel dado que sus grandes teorías no han sido probadas luego por la ciencia. ¿Y cómo puede probar que ha ocurrido lo que aún está por suceder? ¿O lo que sucedió, pero que jamás tendremos pruebas de ello porque su rastro se esfumó?

La mente de Hawking ha volado a lomos de unas mínimas partículas cuánticas sobre la gravedad cierta de Newton y la brillantísima y robusta relatividad de Einstein, buscando un diálogo (encuentro) entre lo que parece seguro y lo que solo es un sueño poderoso aún no explicado del todo.

Y ahí se ha quedado. Ha apuntado hacia un relato del universo: desde el big bang al final de Todo. La mirada sobre las estrellas continúa penetrante. La mente del físico británico es el ojo humano que más lejos vio hasta ahora.

* Periodista