En estos últimos días he asistido y participado en ese último adiós a personas queridas, momentos que se viven siempre entre emociones y congojas, pero también entre cercanías y esperanzas. El adiós a José Antonio, en la parroquia de Cristo Rey; a Eduvigis, en la parroquia de san Nicolás, con la presencia del prior de la comunidad benedictina del monasterio de Silos, fray Moisés Salgado, y del monje, fray Ramón; a María, en la parroquia de san Juan Bautista, de Hinojosa del Duque. Momentos intensos de dolor y de amor, de unas despedidas que, a la vez, se hacen encuentro en las alturas. Para san Pablo, morir es pasar a estar con Cristo; para Platón, un llegar a la morada de los «dioses totalmente buenos» y para el Antiguo Testamento, ir a reunirse con los padres. El gran sacerdote y escritor José Luis Martín Descalzo condensó admirablemente en cinco versos la esencia viva de la muerte, contemplada desde la orilla de la fe: «Morir solo es morir. / Morir se acaba. / Morir es una hoguera fugitiva. / Es cruzar una puerta a la deriva. / Y encontrar lo que tanto se buscaba». El momento del adiós a un ser querido se abre siempre al recuerdo, al abrazo, pero sobre todo a la esperanza. Recordaré siempre unas palabras pronunciadas por el teólogo Olegario González de Cardedal, en el funeral por su madre, celebrado en la iglesia de la Clerecía, de Salamanca, en las que ofreció con sencillez, veneración y profundidad esa gran verdad que conmueve las entrañas: «El teólogo no tiene otros saberes, otras físicas u otras metafísicas que los demás mortales. El solo tiene una noticia que guarda y comunica como un tesoro: «El hombre es el ser de quien Dios se acuerda siempre». Y por si acaso la expresión no apareciera transparente, el teólogo la reduplica por el reverso: «El hombre es el ser de quien Dios nunca se olvida». Yo dejaré toda mi teología colgada de estos dos clavos: del hombre, Dios siempre se acuerda; del hombre, Dios nunca se olvida». ¡Qué espléndida revelación! Quizás, en esta hora, los humanos no nos atrevemos a creer que en verdad y con amor Dios se acuerda de nosotros.