Iglesias ha vencido en Vistalegre II, que no ganado, pues no es lo mismo un perdedor que un vencido. Y Errejón es técnicamente un vencido pues la formación morada ya ha dado muestras suficientes de qué pasa con los que piensan diferente. Iglesias ha hablado en su discurso de victoria de unidad y ha sonado a homogeneidad. Y esta nos trae reminiscencias de un pasado añejo y sombrío. Podemos, quitándose a Errejón del medio, se ha desparlamentarizado, pues Iglesias, aquella agresividad incisiva que vertió en el parlamento con lo de la «cal viva», la ha despojado de la cara de sorpresa y alipori que Errejón puso a renglón seguido de dicho desatino. Esa cara sirvió de consuelo a muchos demócratas que veían en Íñigo el rostro moderado del extremismo, en el caso hipotético de que los morados pudieran algún día gonernar. Esa esperanza ha volado en Vistalegre II. Por supuesto, a fecha de hoy, Podemos tiene pocos visos de conformar un gobierno de la nación. Por ello, hasta para los que no votan a los morados ni los quieren el que Errejón desaparezca de la escena política puede ser un consuelo, pues ahora el voto se extrema más a la medida de lo que representa Iglesias. Pero también es un triunfo para el malherido bipartidismo. Los que siempre votan al PP lo tienen más o menos claro, por lo que el centro derecha está de por sí asegurado, pero aquellos votantes del PSOE que votaron a Podemos por el cabreo y habían visto en Errejón la moderación, el socialismo vuelve a ser la vuelta natural al hogar. El triunfo de Iglesias refunda un nuevo extremismo de izquierdas que nada tiene que ver con el comunismo que hemos conocido en democracia y que tan bien representó Santiago Carrillo. El adiós de Errejón nos trae el hola del bipartidismo, Y enlata a Podemos en el extremismo que Iglesias con tanto esfuerzo ha querido y quiere representar.

* Mediador y coach