Estamos un poco cansados de escuchar y leer que vivimos una nueva época. Sin duda, todos los que nos precedieron vivieron su nueva época que hoy nos parece vieja. La más inmediata a nosotros fue la que se dibujó después de la II Guerra Mundial. Europa quedó dividida en dos bloques. Uno, el atlántico con la alianza entre Estados Unidos y Europa occidental. Frente a él, el bloque soviético parapetado tras el muro de Berlín y el telón de acero. Una Europa destruida tras la guerra mundial cedió su soberanía, de un lado a la Unión Soviética, y del otro a los Estados Unidos. Europa occidental sometió su política exterior de seguridad y defensa al liderazgo estadounidense y el Atlántico se convirtió en el espacio de construcción y defensa de los valores de occidente.

Después de 1989, la caída del muro de Berlín y el hundimiento de la Unión Soviética dio paso al fin de la guerra fría y, lejos de nacer un multilateralismo global, Estados Unidos se convirtió en el gran vencedor y principal actor global. Europa progresivamente fue perdiendo peso en los intereses geoestratégicos de Norteamérica y se abrió paso el discurso de que la defensa de Europa debía ser cosa de los europeos. Rusia seguía siendo un actor importante pero no suponía una amenaza para los intereses norteamericanos. Al mismo tiempo, se producía el crecimiento exponencial de China y el centro de gravedad global fue abandonando el Atlántico. Claramente el nuevo centro geoestratégico se está reposicionando en el eje existente entre el Pacífico y el Índico.

Estados Unidos en los últimos cuatro años ha abandonado paulatinamente la estrategia de defensa fundamentada en la Alianza Atlántica y ha centrado su mirada en la necesidad de frenar el expansionismo chino y su influencia en todo el sureste asiático y el espacio marítimo que le rodea. China se perfila como la gran potencia mundial que tomará el relevo como muy tarde a mediados del presente siglo. Su política regional es cada vez más agresiva en el mar del sur con la creación de islas artificiales que le sirvan de apoyo para el control de esa región, y hacia el Este con reclamaciones de zonas de mar territorial y reivindicaciones nacionalistas frente a Vietnam, Japón, el archipiélago filipino y el permanente contencioso de su soberanía sobre Taiwán.

Es interesante apreciar cómo en los últimos meses los movimientos militares y las declaraciones políticas de China sobre la reunificación con Taiwán, han supuesto una declaración formal de intenciones. Es parte del anuncio de que cuando su ejército y su armada alcancen la superioridad que les proporcionará la fabricación de nuevos portaaviones y armamento más competo, dentro de unos quince años, ya no les valdrá a los taiwaneses el paraguas de la protección que hasta ahora estaba en manos de Washington.

Sin embargo, el tablero no permanece impasible ante estos movimientos. Australia y Nueva Zelanda así como la India desarrollan nuevos acuerdos con Estados Unidos para tratar de compensar una presumible hegemonía China en la zona. Estados Unidos trata de establecer una especie de «cordón sanitario» frente al expansionismo chino, integrando en su proyecto a otros actores de la zona, pues sus exclusivas fuerzas ya no van a ser suficientes para tal propósito.

Así pues, el vínculo atlántico de Estados Unidos con Europa se va disolviendo. La estrategia que presidió la segunda mitad del siglo XX ya no es válida en el siglo XXI y el teatro de operaciones geopolíticas nada tiene que ver con la vieja Europa de los bloques. Europa debe iniciar de una vez por todas su propia ruta con una política de defensa propia y asumiendo que los escenarios son muy diferentes, pero que los valores que le dieron fundamento deben ser irrenunciables. Algo difícil de mantener frente a los que ponen en tela de juicio, desde dentro, esos valores. Sigue siendo un mercado único difícilmente equiparable con otros modelos, incluso frente a la estrategia comercial de China y su tratado de Asociación Regional Integral Económica (RCEP) firmado con quince países de la región Asia-Pacífico. El referente europeo debe ser derechos, estado del bienestar y mercado, aislando, si es preciso, a Hungría y Polonia, para continuar siendo un referente global en el que, además, es preciso integrar a una inmigración que solventará los problemas demográficos de la envejecida Europa. Veremos qué propone Biden al respecto.

* Catedrático