Es de sentido común que el equilibrio psicológico de una persona pasa, entre otros muchos factores, por un uso correcto de su tiempo y una diversificación de intereses vitales. Pero el mundo de hoy está dominado obsesivamente por el trabajo -y el miedo a perderlo- y por el deseo de éxito profesional. La esfera laboral es tan omnipresente en la vida de la mayoría de las personas que muchas han acabado desarrollando fobia a los momentos de ocio y asueto. Una grave anomalía social, agravada por una hiperconectividad continua que dificulta cada vez más la separación entre el trabajo y la vida privada. Es lícito preguntarse entonces si para muchas personas el progreso tecnológico no habrá supuesto más dependencia en lugar de la conquista de espacios de libertad. La respuesta debe incluir necesariamente una apelación a la responsabilidad personal, a la capacidad individual de no dejarse engullir por una inercia que no por generalizada es positiva. La adicción al trabajo es una patología, al igual que la obsesión por la perfección y la productividad a toda costa. Frente a estos síntomas los expertos recomiendan administrarse una dosis de aburrimiento. No hacer nada un rato no significa perder el tiempo, sino invertirlo en uno mismo.