Recuerdo con frecuencia el consejo que nos ofrecía Alessandro Pronzato, en uno de sus libros: «Desde hace un tiempo, he cogido una costumbre un poco singular: en mi agenda, sobre todo, en ciertas páginas demasiado llenas de compromisos y vencimientos, señalo con caracteres grandes lo más importante: ‘Acuérdate de vivir’. Se pueden hacer tantas cosas, poner juntas un montón de ocupaciones, correr, agitarse, trabajar duro, y, sin embargo, ‘olvidarnos de vivir’». «Amigo no dejes que la vida camine por su cuenta. Y tú a remolque, cansinamente. Ponte en sintonía con la vida. Armonízala al ritmo de tu corazón». Las palabras de Pronzato nos invitan a plantear la vida, de cara a la realización de lo más importante, sin dejarnos arrastrar o esclavizar por lo más urgente. Vivamos como vivos, no como autómatas. No como máquinas programadas para rastrear dinero. No como depredadores de placeres. No como coleccionistas de ilusiones. Recordemos que no basta vivir de cualquier manera. Ni basta ir tirando, arreglarse con lo menos malo, seguir adelante arrastrando los pies. No podemos tomar la vida «como viene». La vida viene como cada uno de nosotros decida. Con la impronta que le demos. El director de cine, José Luis Garci, suele decir con frecuencia que «no vivimos, nos viven». Sin apenas darnos cuenta nos vemos envueltos en esa ola de las palabras del momento o de las actitudes que nos van exigiendo los moralistas de turno. Y también sin darnos cuenta, las cadenas de una invisible esclavitud nos van atenazando poco a poco, obligándonos con sutileza y engaño a pensar o hacer lo que no entraba en nuestros cálculos. Hace poco ha regresado de Colombia, el obispo emérito de Ciudad Rodrigo, Raúl Berzosa, tras una intensa vida pastoral en la parroquia de Nuestra Señora de Las Nieves de la capital colombiana. Y en su despedida ha ofrecido un emotivo testimonio: «Yo quisiera regalar un saludo agradecido y recordarles lo que he venido repitiendo aquí en la parroquia: La cabeza siempre en la vida eterna porque estamos de paso. Las manos, una para recibir cada día el señor y otra para acariciar a los más pobres, indigentes y necesitados. Los pies, siempre pisando tierra, pero no embarrados para hacer de peregrinos y anunciadores. Los ojos, uno para leer el evangelio de cada día y el otro para leer la exhortación del Papa Francisco, Evangelii Gaudium. Los oídos, uno para escuchar a nuestra gente de cerca y el otro a toda la catolicidad. La nariz, bien destapada, bien limpia para olfatear dónde están los signos de los tiempos, allí donde Dios habla y a donde Dios se le quiere ocultar para que no hable. Y finalmente, la lengua, no para maldecir, no para criticar, no para ser profeta de calamidades, sino para bendecir, para agradecer, alabar y dar gracias a Dios». Las palabras del obispo Berzosa no pueden ser más atrayentes. Uno de los mejores presidentes que han tenido los Estados Unidos, Benjamín Franklin, aconsejaba así a sus ciudadanos: «No anticipéis las tribulaciones, ni temáis lo que seguramente no puede suceder. Vivid siempre en un ambiente de optimismo. Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad; un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad». Recordamos, por último, aquel programa radiofónico titulado Vivir es formidable, que planteaba la vida en clave de pequeñas felicidades. Y es que, en nuestros olvidos, no puede entrar el de «vivir».

* Sacerdote y periodista