Hace unos días se alzaba el telón de la nueva cuaresma, cuya fisonomía va cambiando por momentos. Y no tanto porque desaparezcan sus señas de identidad, que serán siempre las mismas, sino porque esas "señas" se reflejan con otros destellos, con otro lenguaje, con otros símbolos. Para que nos hagamos una idea, no resisto la tentación de contar la experiencia de Dolores Aleixandre , un gran teóloga y escritora, vivida en Brasil, hace unos años, un Miércoles de ceniza: "En vez de ceniza me ungieron con perfume, diciéndome una cosa preciosa: Acuérdate de que eres fiesta y que en fiesta te has de convertir". Sin duda, es otra historia. Aunque Quevedo nos hablara en sus versos del sentido de la ceniza, cuando decía preciosamente: "Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,/ venas que humor a tanto fuego han dado,/ médulas que han gloriosamente ardido,/ su cuerpo dejarán, no su cuidado;/ serán ceniza, mas tendrán sentido:/ polvo serán, mas polvo enamorado". La fragilidad y la caducidad que simbolizan la ceniza comienza a dar paso al perfume y a la fiesta, porque la vida es don y banquete. Al igual que el ayuno y la abstinencia, --el sarcasmo hiriente de una bandeja de marico para guardar la vigilia--, hoy se ofrecen otros ayunos y abstinencias más eficaces y acaso más difíciles. Tampoco resisto la tentación de ofrecer la lista de algunos de esos ayunos. La cuaresma tendría que ser un tiempo para ayunar de ciertas cosas y también para hacer fiesta de otras. Deberíamos ayunar de juzgar a los demás y festejar que Dios habita en ellos; ayunar de fijarnos siempre en las diferencias y hacer fiesta por lo que nos une en la vida; ayunar de las tinieblas de la tristeza y celebrar la luz; ayunar de pensamientos y palabras enfermizas y alegrarnos con palabras cariñosas y soñadoras; ayunar de la rabia y festejar la paciencia santificadora; ayunar de pesimismos y vivir la vida con optimismo como una fiesta continua; ayunar de preocupaciones, quejas y egoísmos, y festejar la esperanza; ayunar de prisas y agobios, y hacer fiesta en la verdad eterna; ayunar de palabras hirientes que molestan más al corazón que a los oídos, y hacer fiesta de todo lo bueno, bello, hermoso y noble que encontramos en nuestro caminar. Porque la vida no está diseñada como valle de lágrimas sino como escenario de gozos intercambiables. Y al igual que los ayunos, las nuevas tentaciones de esta hora: correr, la prisa que nos devora; comer en exceso, quizás porque no pasamos hambre; comprar demasiado, quizás porque no necesitamos tanto; y reír desaforadamente, quizás porque no somos felices. La felicidad se sugiere con una sonrisa de paz y de esperanza.

* Periodista