El actor (o actriz) secundario es un profesional, que en su momento creyó que podría ser actor principal, luego simplemente vivir bien de “esto”, para finalmente dedicarse a lo que le gusta y quizás poder sobrevivir. Los hay buenos y malos y hasta todo lo contrario. Aunque es en el teatro, cine o televisión, donde se manifiesta más, estos pueden estar en cualquier parte o profesión. Así hay quien está todo el día friendo calamares en una freiduría de barrio, como cocineros con estrellas Michelin, futbolistas que están dándoles patadas a un balón en un campo de tercera regional y posiblemente en paro o doblando esquinas en su barrio, pero también quienes cuentan sus ingresos por miles de euros por minuto en la liga de las estrellas.

En la política, últimamente, los asimilados a personajes de reparto -o sea, actores secundarios también- están adquiriendo una importancia inusitada; eso sí, no tienen un Goya que llevarse a las manos, pero pueden recoger al final del curso político, algunos de los galardones que la prensa pelota y cómplice suele conceder, como el micrófono de cualquier metal noble, el azote del gobierno u oposición o el premio con sabor a cítrico dulce o ácido. Aunque casi siempre son los “actores principales” los que copan esos premios, porque no es bueno que se pueda dar la imagen de que los segundones son mejores que los primeros del escalafón, no vaya a ser que el jefe no le guste y ya sabemos cómo se las gastan algunos jefes. Lo que es cierto es que muchos de estos personajes duran más que un resfriado mal curado y tienen la extraña habilidad de perpetuarse a la sombra del «amado líder». Hay secundarios que lo mismo hace a pico que a pelo y si defenestran a su jefe, siempre habrá una gestora que llevarse a la boca. Los hay expertos en aparato y cañerías varias y malolientes del partido y luego están en un escalón aparte, los que más relucen, los parlamentarios, que dado que este país dispone de al menos diecisiete autonómicos y dos nacionales, hay sitio suficiente donde colocarlos para que hagan sus carreras de secundarios sin tener que depender al final de sus días, de que hayan cotizado a algún montepío como aquellos «cómicos de la legua» que le gustaba decir a Fernán Gómez de los antiguos actores de reparto.

La verdad es que hoy en España hay un elenco de políticos, tanto en primera como en segunda fila, que son unos auténticos mediocres, vividores y expertos en los usos de la demagogia fácil y la verborrea sin contenido. Si Rajoy lleva más de 35 años viviendo de esto y ha llegado a donde está después de pasar por todo el escalafón partidario, ya podemos hacernos una idea de «el ganado» que pasta en las verdes praderas de la política nacional, toda plagada de vacuos secundarios, mudas vicetiples y pelotas meritorios sin más oficio que vivir a costa de nuestros impuestos. Pero claro, que si los «pastores» son como son/mos, que se puede esperar de ese «ganado» que no sea engordar y engordar, tanto sus cuentas bancarias como su ego.

* Ténico en Relaciones Laborales