El acoso sexual en el entorno laboral es un iceberg del que solo llegamos a descubrir una pequeña parte superficial mientras que permanecen ocultos una gran cantidad de casos que no son denunciados por la precariedad laboral, por el miedo a perder el empleo, por la dificultad de demostrar los hechos, o por la paralización de la víctima, desconcertada ante la vulneración machista de sus derechos. El caso de Harvey Weinstein, el productor de Hollywood, un acosador compulsivo, ha dado la vuelta al mundo y ha puesto sobre la mesa un problema que atañe, de manera diferente en las formas pero igual en el menosprecio, a muchas mujeres. La denuncia contra Weinstein ha abierto una imaginaria compuerta en la que mujeres, y también hombres (el caso de los supuestos abusos del actor Kevin Spacey a chicos jóvenes) han desvelado comportamientos que van desde lo inapropiado hasta lo delictivo en una serie de respetadas figuras de Hollywood. La campaña viral #Metoo (Yo también) en la que celebridades y personas de toda condición explican su propia experiencia sirve para concienciar a la sociedad. Pero es preciso que no solo sea visible el hostigamiento de todo tipo (desde el micromachismo al chantaje sexual), sino que se articule de manera eficiente para que sea denunciado ante los tribunales, sin perjuicio para las mujeres que lo sufren, desde el mundo de la hostelería o el trabajo doméstico hasta la universidad. Las escasas denuncias que se hacen demuestran que queda camino por recorrer. Las conductas violentas o soeces en el entorno laboral, y en cualquier otro lugar, deben ser erradicadas, y muy especialmente las que se producen por un abuso de poder.