Este tipo de comportamientos «deber ser atajados y extirpados de nuestra sociedad. La escuela, el colegio, el centro educativo deben ofrecer al menos un espacio de convivencia y libertad para que todos los alumnos puedan sentirse seguros y no erigirse en verdaderos tormentos, castigos y sufrimientos para quienes por cualquier circunstancia y a veces de manera aleatoria, se convierten en el objetivo del cruel juego de todos los demás. Hasta que en los centros educativos no se llegue a dominar, controlar y, por ello, cercenar este tipo de conductas y situaciones, no podemos hablar verdaderamente de educar en valores y principios ( cuya madre es la tolerancia bien entendida y el respeto por el prójimo ) ni de dotar de los instrumentos adecuados para que la crisis en este tan fundamental sector, núcleo o pilar de la sociedad, se llegue a superar». Han pasado 13 años, pero ha merecido la pena el esfuerzo y el tiempo invertidos hasta obtener esta sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía que debería ser desde hoy de obligada y necesaria lectura y que tiene el mérito de ser tan justa, como humana.

Aquella mañana de otoño de 2005 cuando escuché a esa madre, tan sola como asustada, relatarme lo que su hijo de 12 años estaba sufriendo en el instituto en el que estudiaba, no sabía ni de la existencia de la palabra «bulling», palabra que desgraciadamente fuimos dotándo de contenido en un largo recorrido «suplicando» justicia hasta conseguir esta joya de sentido jurídico y sensibilidad que les acabo de transcribir.

No puedo imaginar cómo alguien podía justificar los golpes y empujones porque «Lorenzo no se defiende como debe»; cómo pasaban tan desapercibidos los moratones y el pelo revuelto a la vuelta del recreo, sin que a nadie le extrañara; o cómo la única explicación plausible que se ofrecía de las brutales encerronas con más de tres «valientes» contra uno sólo en el callejón de la escuela era «que Lorenzo es especialmente vulnerable».

La sociedad, esa palabra tan inmensa como vacía de contenido a veces, solo tiene una manera de pedir disculpas a quien por ser diferente ha tenido que soportar algo mucho peor que los golpes, la maldita condescendencia, la atrevida justificación y la lamentable pasividad de quienes siendo adultos pudieron y debieron evitar tanto daño. La sociedad le debe una disculpa a Lorenzo y la mejor forma de hacerlo es con una sentencia como esta con la que, como él dice, poder cerrar por fin este libro de su vida y colocarlo definitivamente en la estantería. Desde hoy solo a él le corresponde abrirlo algún día, o tal vez nunca más.

* Abogada