Debo advertir desde la primera línea que no entiendo ni una palabra de fútbol. Sucede que a veces las soluciones a los problemas no las da el más sabio, sino el que pasaba por allí sin contaminar. No veo casi partidos. Alguno perdido en los mundiales. El fútbol me parece un deporte tan profesionalizado que no se parece en nada a lo que debería ser. ¡No hay goles! Se meten cinco o seis en un partido y la gente se vuelve loca. Imaginen un partido de baloncesto con seis canastas. Los futboleros ven el fútbol de ahora, creo yo, por si un día se equivocan y les ponen el de antes. O para apostar creyendo que controlan algo la suerte, en la certeza de «entender de fútbol». Admitamos que el fútbol moderno es bastante aburrido en comparación con lo que debería ser, y que las apuestas son un tumor antiquísimo vuelto a poner de moda, y que además es una oligarquía, donde unos pocos, salvo sorpresa que tampoco acaba por importar, imponen su ley. Pero tengo la solución. Y la hemos tenido delante todo este tiempo.

Digo a veces: «me gustan los penaltis». Y mis amigos, compadeciéndose de la pedrada que creen que tengo, me dicen: «lo que no te gusta es el fútbol». Puede ser. Pero es que en los penaltis está la solución. Incluso si no te gusta el fútbol, cuando el partido se decide por penaltis no puedes dejar de mirar la pantalla. Esos futbolistas acobardados, esa desesperación, esas dos horas previas desperdiciadas, ese accidente, ese someterse. Es como mirar un duelo de ruleta rusa, en el que al final, uno de seis, el tiro no acierta y le vuela la cabeza a la afición entera. El fútbol tiene ahí una mina desaprovechada. Porque los penaltis no deberían tirarse, de tarde en tarde, al final. Deberían tirarse siempre y al principio.

Se cambia el reglamento. Y antes de los 90 minutos, cada equipo tira sus cinco penaltis. Todos los espectadores desbordados de emoción. Gente contratando el fútbol sólo por esos cinco minutos. El resultado se conserva y es con el que empieza el partido. Si es empate, se ignora. Pasará normalmente. Pero si se obtiene ventaja, se guarda. Esto obligará a los equipos a ser tremendamente combativos, para no perder el tiempo y lanzarse a golear desde el primer segundo. Surgirían grandes especialistas en penaltis en equipos pequeños, que por fin podrán suplir la diferencia de presupuesto con los grandes. Como regla secundaria, el jugador que tire penaltis vendrá obligado a jugar luego, para evitar que se abuse. Si los jugadores cometen faltas, en vez de dejar sin jugar al jugador, se le impondría al equipo un penalti adverso adicional en el siguiente comienzo de partido. Los poderosos tendrían que aprender a jugar con desventaja. Los parias, a gestionar la ventaja y ganar lo que está ganado, que es muy difícil. Las categorías se volverían volátiles. La épica sería obligatoria y permanente. Todo el fútbol se haría horizontal para jugarse en vertical. Las apuestas perderían su maquillaje científico.

Si yo fuera la liga, le daría una vuelta.

* Abogado