Vaya por delante que la frase no es mía y tampoco recuerdo a quién se la escuché, pero creo que define a la perfección el sentimiento que a las puertas de llegada de la vida se debe sentir cuando los hijos, esos que han crecido tan deprisa, esos que ya no nos necesitan, se convierten en padres y nosotros en los abuelos de unos «nietos que son el postre de la vida».

Tal vez por eso los abuelos sirven para dar chocolate a escondidas y consolar a pesar de que la riña esté más que justificada; regalar el dinero justo para comprar un deseo y aparecer de pronto con la entrada de fútbol o la camiseta que será la envidia de todos. Las abuelas, además, preparan croquetas y filetes empanados y hasta roscos de los buenos; saben limpiar las lágrimas mejor que nadie con pañuelos de tela, hacen de canguros, asistentas, paseadoras de carritos e incluso puede que con suerte hagan jersey de lana con calcetines a juego. Ellos y ellas le quitan importancia a los desamores, justifican los errores, comprenden casi todo, aunque sean cosas que ni ellos entienden y son capaces de hacer creer a cualquiera que sus nietos son los más listos, los más guapos y los mejores, aunque el título sea el de saltador de charcos de la calle. El amor que sienten hacia los nietos es del que nada espera y rebosa tan a borbotones que se derrama cada día para que ellos lo recojan porque, además, su responsabilidad no es criar o educar, sino algo mucho mejor y más divertido, consentir y mimar.

En épocas de crisis, no solo económica y nacional, sino cuando llegan las rupturas matrimoniales, los abuelos son capaces de acoger de nuevo a los hijos y con ellos a los nietos y hasta de volver a mantener, consolar, alimentar y dar cobijo a los unos y a los otros, sin reproches, sin límite y sin pedir nada.

Por ello, me enerva ver hoy con demasiada frecuencia nietos desagradecidos y maleducados, influenciados por madres o padres que nada de esto entienden y que dosifican y hasta prohíben el contacto de sus hijos con los abuelos y más si son los «contrarios»; nietos que contestan de forma desabrida a los abuelos, o le dicen «cállate que no entiendes», nietos que desairan a sus abuelos y se creen con el derecho de hacerlo y hasta nietas «Reales» capaces de negar el abrazo en público de la abuela, despreciado la mano que pretende acariciarla y siguiendo el ejemplo de quien le borra el tierno beso...

¡Vivan los abuelos ! H

* Abogada