Hace un par de veranos durante mis vacaciones que ya a estas alturas tanto anhelo y necesito, me entretuve en fotografiar ventanas. Las fotografías son trozos de vida que congelamos y seguramente no tienen más valor que la satisfacción inmediata de verlas y la futura de poder asomarnos a esos instantes de vida ya pasados y sorprendernos y de qué manera. El hecho de fotografiar ventanas fue una forma de asomarme a las distintas parcelas de la vida y reflexionar sobre ellas como si de una ventana se tratase. Por eso las llamé ‘Las ventanas de la vida’.

La fotografía de la «ventana del dinero» no la recuerdo especialmente, pero sí recuerdo que la reflexión era que se trata de una ventana demasiado diferente para según quien. Hay ventanucos, ventanas dobles, ventanillas, ojos de buey, ventanas con terraza y jacuzzi, ventanas sobrias, ventanas de palacio y otras muchas que a lo sumo son rendijas en un muro... Lo deseable es que cada ventana sea fruto del trabajo y del esfuerzo, aunque lamentablemente no siempre es así, por no citar las regaladas ventanas con vistas que muchos injustamente disfrutan. Una ventana que, recuerden, la vida nos puede abrir, pero también cerrar con un golpe de viento helado.

La ventana del compromiso recuerdo que era de un azul brillante, muy definida. Esa que nos exige en la pareja, con la religión, en la política, con un proyecto o idea, o en una relación profesional «prometernos-con», como declaración de principios elegida en libertad. Difícil ventana esta, por banalizada. Si no estamos dispuestos a mantener el compromiso, preferible es no abrir la ventana.

La ventana del trabajo... Dicen que Dios castigó a Adán a ganarse el pan con el sudor de su frente. Sin contradecirle, ni desilusionarle, también es cierto que el trabajo dignifica al hombre y que está a nuestro alcance hacerlo deseablemente con aptitud y además con la mejor actitud. Encontrar nuestra ventana del trabajo no es fácil - ni siquiera posible para muchos en los tiempos que corren -, pero cuando así es, resulta maravilloso abrirla cada día con una sonrisa y renovada ilusión por mirar a través de ella.

Abramos estas y tantas otras ventanas sin miedo al viento que sople, que ya lo dijo el poeta: «Tú dices que amas el viento,

pero cierras las ventanas cuando el viento sopla. Por eso tengo miedo,

cuando dices que me amas» (Traducción de un poema turco de Qyazzirah Syeikh).

* Abogada