Hace ya muchos años que leí Un abril encantado, de Elizabeth von Arnim, en el que varias mujeres inglesas, de vacaciones en un castillo de la Toscana, sanan sus heridas, se redescubren a sí mismas y reorientan sus planteamientos existenciales embriagadas sin esperarlo por la belleza rotunda, absoluta y sin parangón de la primavera en esa región de Italia, sorprendidas del efecto que la naturaleza sabiamente domesticada llega a ejercer en sus almas, sobrecogidas hasta el éxtasis ante las sensaciones inéditas que generan en ellas el milagro del sol cada mañana, los mil colores y aromas reventando el entorno, la brisa tenue de un atardecer acariciando sus caras, el suave discurrir de los días y también de las noches, la riqueza y los sabores de una gastronomía ajena por completo a su origen y su idiosincrasia, cuajada de matices, híbrida, mestiza y evocadora de los muchos siglos de historia que acumula el Mediterráneo, la placidez y el sosiego que transmite a su espíritu el saborear lentamente y sin prisas las horas, acunadas por el deleite incomparable de saberse vivas, perceptivas y nostálgicas de su pasado, su presente e incluso su futuro, aún por definir. Más tarde (1992) el libro sería llevado al cine por Mike Newel, de la mano de cuatro actrices de primera fila: Joan Plowright, Miranda Richardson, Josie Lawrence y Polly Walter, que ganaron varios premios de interpretación contagiadas quizá del buen tino a la hora de adaptar el guión, muy lejos no obstante de la capacidad evocadora del libro; maravilloso, sabio y preciosista ejercicio literario de sensibilidad, humor y culto al efecto benefactor que la belleza sublimada ejerce siempre sobre el ser humano, apoyado en un estudio psicológico de los personajes que, muy diferentes entre sí, se van dibujando de la mano de una trama bien construida a la que ayudan unos paisajes soberbios trazados a golpe de genio y pincel, de verdes, ocres y sienas, por artistas tan universales como Giotto, Rafael o Leonardo. Y es que Italia, a pesar de sus claroscuros, será siempre la cuna del hedonismo, la cultura y las más altas realizaciones del hombre, capaz de evocar la alegría de vivir con sólo citar su nombre o evocar sus colinas, cuajadas de cipreses. Por eso, permítanme tener un recuerdo para ella en estos momentos tan terriblemente dramáticos que, como nosotros, está pasando.

Traigo a colación este libro porque, aun cuando quizá muchos no se hayan dado cuenta, embotado su sentido del tiempo por un discurrir de los días circular, monótono y poco reconfortante, acabamos de estrenar abril (ese mes que se viste de gala cada año para festejar el renacer de la primavera), y es momento de buscar en la literatura o el cine, para disfrutarlos al menos mediante la imaginación, los placeres que en condiciones normales tendríamos al alcance de la mano con sólo dar un paseo por la ciudad o tomar un avión. En esta ocasión, por desgracia, abril no será como siempre, y es posible que más de uno le reproche su llegada por discurrir como si tal cosa, prescindiendo de nosotros como si en realidad no existiéramos. El alargamiento prometedor de sus días, la luz que lo baña, la cadenciosidad con que nos conduce hacia nuestro mes más representativo, la urgencia de sus alboradas y la pereza de sus tramontos, el subir de las temperaturas y el despertar de los cuerpos, la sensualidad que insufla en todos nosotros devolviéndonos de golpe a la vida, se verán empañados este año por las dimensiones verdaderamente dantescas de la pesadilla en la que, contra todo pronóstico, nos hallamos inmersos. Pero hay algo de lo que debemos ser bien conscientes: por fortuna, Córdoba está siendo zona de relativa baja incidencia, y tenemos la obligación moral de marcar el camino, de hacerlo bien y frenar cuanto antes al virus a fin de mostrar al resto de España que hay luz al final del túnel.

En días que se confunden entre sí es difícil concentrarse. Nuestra mente está demasiada ocupada en resistir la presión de las cifras, entender la magnitud del problema y sobrevivir; pero hay que hacer el esfuerzo, por nosotros, quienes nos rodean y el futuro que nos espera y que habremos de construir casi desde cero. De momento, acepten si pueden mi sugerencia y empiecen por la lectura de este libro; luego, si tienen medios para ello, vean también la película. La historia les transportará a un mundo de suavidad y ternura, gobernado por la exquisitez, la elegancia y la sutileza, al que por el momento podrán acceder sólo con la simple fuerza de su imaginación, pero que está ahí fuera, esperándoles. Y, de paso, recuerden que en la naturaleza y la particular percepción que de las pequeñas cosas haga cada uno radican muy posiblemente las claves de esa felicidad que nos pasamos la vida persiguiendo mientras ella culebrea entre los pliegues de nuestras propias frustraciones. Descúbranlas… ¡Salud!

* Catedrático de Arqueología de la UCO