Hace cincuenta años atrás, cuando en España existían muchas cosas buenas que se codeaban con otras de signo opuesto y aun con algunas pésimas y de triste recuerdo, la Facultad de Medicina de la Universidad de Valencia era, según juicio generalizado, una de las mejores del país, en noble y estimulante disputa con la salmantina, la gaditana, la cesaroagustana, la granadina, la compostelana, la vallisoletana, la complutense y todavía algunas más... Tan áurea realidad fue un hecho constatado por la historia; y para refrendarlo, con caracteres refulgentes, cabe acudir al irreprochable testimonio de uno de sus más insignes catedráticos, el Dr. José Mª López Piñero, de humilde cuna murciana y acendrado linaje liberal, dicho sea para atajar a radice cualquier malevolencia o acusación de franquista de una Facultad que contó, entre otros egregios representante de tal linaje ideológico-político, a su propio rector, el internacionalmente reputado otorrino D. Rafael Bartual.

Centro el citado de gran rigor intelectual y científico a lo largo del interminable régimen, sus postrimerías coincidieron quizás con el fastigio de su contribución al saber galénico, todavía dentro de un contexto humanista de la Ciencia de la Salud hoy desaparecido en aras de su tecnificación arrolladora. Aunque dentro de esa concepción era incorrecto preguntarse por la edad de las mujeres sobresalientes en el cultivo de cualesquiera actividades profesionales y aún más si estas eran de índole docente, es asaz probable que Dª Carmen Montón, la penúltima ministra de Sanidad, Consumo y Bienestar Social cursara su brillante carrera hipocrática cuando el talante y el legado de las legendarias promociones de catedráticos de la muy prestigiosa Facultad se mantuvieran si no intactos, sí al menos operativos y dinamizadores de la andadura de una institución orgullo de la Comunidad Valenciana.

Ello hace extraña, en verdad, la enérgica reivindicación que la citada hiciera, en fecha reciente, del aborto de las menores sin cocimiento de los padres. Y, claro es, la sorpresa surge, en dicho ejemplo no de razones o prejuicios de índole religiosa --tan respetables siempre, por otra parte--, sino de la banalidad del argumentario de la señora mencionada que encuentra su motor y pieza dialéctica más poderosa en el afán «por recuperar ese caramelito que se dio a las niñas». No se ofrecen, en verdad, muy provistos de sustancia doctrinal o ideológica los programas y propuestas de nuestras fuerzas políticas; y buena prueba de ello se encuentra en el reciente abandono del poder por un conservadurismo horro de cualquier ambición o empeño de índole ética y cultural, atenido en exclusiva a balances y cifras de índole en exclusiva económica. Si ya a los pueblos no los guían los poetas, al menos debe exigirse a sus gobernantes un mínimo de decoro intelectual. Cuestión tan grave y seria como la del aborto reclama que su apología no descanse en extremo tan fútil como el expuesto desenfadadamente por la Sra. Monzón. ¿Habrá también aquí alguna de las rectificaciones tan al uso del actual gabinete ministerial o ya es un poco tarde para esperarlo?

* Catedrático