Es verdad que en este tema de Cataluña, que ya ha dejado de ser un «juego independentista» para convertirse en una durísima realidad legal para ocho exconsejeros del Govern, la estrategia de información ha sido clave. Y es verdad que un abogado tiene derecho a utilizar el impacto sobre la opinión pública para llevar el agua al molino de su cliente. Pero escuchar a Paul Bekaert, abogado de Carles Puigdemont en Bélgica, decir que «no me fío ni un pelo de la justicia española» resulta indignante. Que alguien se permita aludir al funcionamiento de las instituciones de un país, España, tan democrático como el suyo, Bélgica, como si estuviera hablando de una dictadura dice mucho del daño que el independentismo quiere hacer a la imagen de España.