Viendo la que se lió en Cataluña tras la sentencia del juicio de los acusados del procés me parece un milagro que nadie, entre cientos de heridos, no resultara con algo más que traumatismos. Y me alegro de que no haya pasado a mayores porque, primero, es de bien nacido no desear ningún mal a nadie. Segundo, porque no simpatizo para nada con argumentos de independentismo en este mundo global. Y tercero: porque es inmoral utilizar el dolor y más aún la muerte de un ser humano como espolón de un buque de guerra para fines políticos. Lo de que «alguien tiene que mover el árbol para que caigan las bellotas» es una crueldad cómplice imperdonable. Porque no me digan que para el conflicto creado en Cataluña un mártir sería tremendamente útil para un sector político.

No digo una burrada. Es realmente una cruel lógica de estrategia política si recordamos lo cruel que llega a ser la política real.

Digo esto porque paralelamente leo en Diario CÓRDOBA la magnífica crónica de Hipólito Fernández sobre la manifestación andalucista del pasado domingo en Córdoba y, además, recuerdo que hoy se cumplen 42 años del homicidio del jovencísimo Manuel José García Caparrós en aquella jornada de movilización andalucista en Málaga. No lo voy a rememorar yo, lo dejo a la Wikipedia: «Murió en Málaga, con 18 años, por un disparo efectuado por la Policía Armada durante la manifestación del 4 de diciembre de 1977 que reivindicaba la autonomía para Andalucía. Nunca se identificó al culpable. (...) A partir de que Trinidad Berlanga colocara la bandera andaluza en la Diputación, se llevó a cabo un despliegue policial por toda la ciudad de Málaga. Durante las cargas, varios policías comenzaron a disparar, primero balas de goma y botes de humo y más tarde sus pistolas reglamentarias con el resultado de dos heridos (una joven y un chico de 15 años) y la muerte de García Caparrós. (...) Cuando el pueblo malagueño conoció la muerte del joven sindicalista, la ciudad se mantuvo en Estado de Excepción durante varios días hasta el funeral».

Entonces no había internet ni sus redes sociales. Que si no... Lo de García Caparrós hace 42 años por nuestra autonomía pasa hoy mismo en Cataluña y... ¡Madre mía!

El caso es que hace tiempo en esta misma columna me atreví a pontificar diciendo que los seres humanos, en toda cultura y momento histórico, se dividen en dos: aquellos que creen que hay razones para matar, por un lado, y los que piensan que hay razones para morir.

Pero ahora veo que hay una tercera clase de hombres y mujeres. Moralmente incluso mejores. Son distintos. Diferentes. Cómo explicarlo... más «andaluces». Son los que creen que hay razones para vivir. Los que, aun teniendo mártires a los que honrar, desear que estuvieran vivos y recordar con todo cariño, como Caparrós, no reclaman ni manipulan su muerte en la lucha.

Aunque tampoco les venga mal a este tercer grupo de hombres y mujeres algo más de memoria.