Pese a las similitudes ya recordadas en el artículo precedente entre la España de nuestros días y la del políticamente muy accidentado, a nivel externo e interno, de 1919, y a las que quepa añadirles en la etapa final del presente otoño, en modo alguno el país semeja adentrarse por la senda fatal que ha una centuria desembocara en la implantación de la primera dictadura militar del novecientos hispano. Es cierto, empero, que analistas buidos, al tiempo que unilaterales, de la actualidad nacional más candente creen que nos enfrentamos a una crisis político-social de envergadura incluso superior a la de la inestable y precarizada España que antecedió al golpe de Estado de setiembre de 1923. Según es conocido, en su opinión, con la resonante exhumación del cadáver de Franco del Monasterio benedictino del Valle de los Caídos se asiste al inicio de un acoso mediático e institucional a la monarquía de Felipe VI y al mismo régimen de 1977, convertido en chivo expiatorio de las múltiples fuerzas políticas y hasta parlamentarias que hodierno despliegan sus propósitos rupturistas con irrefrenable vigor...

En hora sin duda tan grave de la convivencia democrática nacida con la restauración de la dinastía borbónica en la persona de Juan Carlos I, debe extremarse el cuidado en punto a los paralelismo históricos; terreno siempre bien abonado a casandristas de toda laya, como asimismo a los, a la fecha, incontables cultivadores de la novela histórica y aun de la historia ficción (Excúlpalos, severa y adusta Clío, al menos por sus buenas intenciones...).

En primer término, la identidad entre los cuatro gabinetes que rectoraron la nación en 1919 con el mismo número de un siglo después, no ha de conducir a hablar con cierta responsabilidad intelectual de hallarnos en los pródromos de una quiebra del sistema parlamentario de proporciones iguales a la que llevó a un canovismo ya muy fracturado a su desaparición en 1923. Solo los efectos catastróficos y mancomunados de la crisis marroquí y la muy honda hendidura de la paz ciudadana --asesinato terrorista del primer ministro Eduardo Dato, en marzo de 1921, y la hecatombe de Annual, julio del mismo año- resquebrajaron casi irremediablemente los cimientos de un orden constitucional no por entero desahuciado por la comunidad nacional, no obstante sus fallas y roturas. Aun con una tesitura más favorable, con sus pilares agrietados pero no pulverizados, ante la conjunción de un envite como el planteado en el Protectorado norteafricano con el suscitado por la pleamar terrorista anarquizante y patronal en una Cataluña sumergida de nuevo en una corriente proindependentista, ningún sistema como el liberal conservador de la Monarquía de Sagunto hubiera podido salir airoso. Hay crisis y crisis...

En la actual, la esperanza de un final feliz está plenamente justificada. Las instituciones, y a su cabeza la Corona y el Parlamento, conservan intactas sus virtualidades para superar escollos del calado de los que hoy nublan el horizonte inmediato de un pueblo con energías suficientes para seguir construyendo un futuro de progreso. La Europa de 1919 sembró la semilla de los totalitarismos que la hicieron infiel a su historia y tradiciones más preclaras. La España de 1919 iba a frenar por largo tiempo el camino de su modernización social y política. Sin panfilismos ni ucronías, ni una ni otra, más allá de paralelismos malintencionados o zafios, dejarán de contribuir en los años próximos a las mejores causas de su tiempo e ideales.

* Catedrático