La irrupción de Facebook hace 15 años ha cambiado nuestras vidas. Antes surgieron otras redes sociales (MySpace) y luego vinieron muchas más (Twitter, Youtube...), pero Facebook sigue siendo la más grande del mundo. Es dueña, además, de Whatsapp e Instagram, lo que la convierte en un poderoso gigante tecnológico. Gracias a estas plataformas, la capacidad de compartir información se ha multiplicado, y ahí radica su éxito: el ser humano siente la necesidad de comunicarse, forma parte del sentido mismo de comunidad. Por ello, hemos de celebrar que las redes sociales permitan la interrelación y el acceso a más contenidos que nunca antes en la historia, ya sean informaciones relevantes o simple entretenimiento. Pero también hay sombras. Los más de 1.500 millones de usuarios que se conectan a Facebook proporcionan una información muy valiosa sobre sí mismos, que puede ser usada con objetivos legítimos (publicidad), pero también con fines más oscuros. La privacidad y las noticias falsas son los dos grandes frentes abiertos de Facebook. El escándalo de Cambridge Analytica sacó a relucir la capacidad de esta red social para manipular a los usuarios en favor de determinadas opciones políticas, y no es el único caso. Tanto la Comisión Europea como las autoridades de Estados Unidos están vigilantes contra estas prácticas contrarias a toda ética, pero la situación también exige que el usuario no baje la guardia y tenga más espíritu crítico para no dejarse arrebatar sus derechos ni regalar su privacidad, a veces sin ser consciente de ello.