El desfile militar del 12 de octubre, Fiesta Nacional de España, recuperó ayer su esplendor gracias al cambio de ubicación y al fin de la fase dura de los recortes, lo que permitió la participación de 4.000 militares. Solo el trágico accidente de uno de los aviones que participaron en la parada militar empañó la jornada en su aspecto más vistoso: la exhibición de las tropas, el homenaje a los caídos (en esta ocasión con mención especial a las víctimas del terrorismo en Barcelona y de Cambrils) y el calor popular, que esta vez fue más intenso que en años anteriores. Un desfile, pues, plácido tras años de silbidos e incidentes con la clase política. Esa calma también traslució en los corrillos políticos de la recepción que dieron los Reyes al finalizar el desfile. Cundió la sensación de «prueba superada» tras el desafío del Gobierno secesionista de Carles Puigdemont. El plazo dado por Mariano Rajoy tras el discurso del president en el que proclamó la independencia y la suspendió expira este lunes, y todo indica que, al menos de puertas afuera, las instituciones del Estado y los dirigentes políticos tienen la sensación del deber cumplido, dejando el desenlace en manos catalanas para que elijan entre la reforma constitucional o la suspensión de la autonomía por la vía del artículo 155. Ambas posibilidades se pusieron en marcha el miércoles y tomarán forma en la medida que Puigdemont mantenga la suspensión o pulse de nuevo el acelerador. La situación vive, por tanto, un impasse, aunque sigue siendo extremadamente delicada.

Mientras, en Barcelona ayer se vivió una nueva jornada de expresión deshinibida de los partidarios de mantener la unidad con España, ese numeroso colectivo silencioso --o «silenciado», como lo califica la líder catalana de Ciudadanos, Inés Arrimadas--. La manifestación de Sociedad Civil Catalana logró otro éxito, lejos de la espectacular respuesta del 8-O, pero muy por encima de los anteriores 12-O, en los que no había conseguido movilizar a muchos ciudadanos. Quienes durante años no han sentido la necesidad de llenar las calles, finalmente han decidido expresarse y han encontrado una normalidad que muchos analistas habían puesto en duda pero que, afortunadamente, ha demostrado una vez más el carácter tolerante del espacio público de Barcelona.

El único punto negro de la jornada fueron los incidentes de los grupos ultras en Barcelona, en su manifestación particular y también en los aledaños de la mayoritaria. Estos episodios, que en años anteriores protagonizaban el 12-O en Cataluña, ahora no pasan de anécdotas, pero junto a lo ocurrido en Valencia el pasado lunes --con escenas también grabadas y difundidas que hemos visto en otros países pero nos parecían casi imposibles en la sociedad española-- merecerían un serio seguimiento por parte del Ministerio del Interior y de las diversas policías para evitar impunidades.