Supongamos que yo me entrevisto a mí mismo y me preguntara qué estaba haciendo el 11 de septiembre de 1973. Me respondería que enterándome por la noticias del golpe contra el electo presidente Salvador Allende de Chile. Al día siguiente preparaba indignado mi renuncia a continuar jugando en el equipo de fútbol de mi universidad norteamericana donde un chileno, compañero de equipo, se acercaba cada maña a los entrenamiento jactándose de que si le dieran cien mil dólares se cargaría al concha su madre de Allende. Pinochet se le había adelantado. Renuncié como un acto de protesta y nadie me entendió, pues la versión oficial era que se traba de un asunto de los chilenos sin intervención de EEUU. Hoy sabemos que no fue así.

Y si me preguntara dónde estaba la mañana del 11 de septiembre de 2001, respondería que hacía footing por el campus de la universidad de Indiana, extrañado de los pocos estudiantes que se acercaban a las clases. Nada más llegar a mi apartamento, recibí la llamada de una colega aterrorizada por lo que había pasado en N.Y. y que me urgía a que pusiera el televisor. Lo hice y en ese momento impactaba el segundo avión en la Torres Gemelas del World Trade Center. Una coincidencia que me echó para atrás. ¡My God!, exclamé. Los días siguientes asistí a los innumerables actos que se celebraron de desagravio y solidaridad por las víctimas de la barbarie, porque así lo sentía y para que no se me aplicara la Patriotic Act por artículos críticos publicados por esas fechas en este diario sobre la sociedad norteamericana. Podía ser considerado terrorista.

Noam Chomsky hace una curiosa relación entre los dos acontecimientos. Supongamos -dice- que el Vuelo 93, derribado por bravos pasajeros en Pennsylvania, hubiera alcanzado la Casa Blanca, como era el propósito de los terroristas, y matado al presidente. Supongamos que los perpetradores del crimen planearan también, y lo lograran, imponer una dictadura militar, torturando y asesinando. Supongamos que la nueva dictadura estableciera, con el apoyo de los criminales, un centro de terror internacional que sirviera para instalar similares Estados por doquier y, como la guinda del pastel, trajera con ello un equipo de economistas - llamados los ‘Kandahar boys’- que rápidamente hundieran a la economía mundial en la peor depresión de la historia hasta entonces y recortara las bases del Estado del bienestar. Esto, claramente, hubiera sido mucho más grave que el 11 de septiembre en N.Y.… Y, sin embargo, ocurrió. Me refiero -aclara Chomsky- a lo que en Latinoamérica se conoce como el primer 11/9, cuando los EEUU ayudaron a derrocar a Allende y el gobierno dictatorial de Pinochet fue el primero en aplicar las políticas económicas de los ‘Chicago Boys’, es decir, el neoliberalismo, cuyas consecuencias, digo yo, han llegado hasta este 11/9 de pandemia en el que, como menesterosos, andamos solicitando la intervención de un Estado a punto de explotar.