Tienes que mirar la cara de bueno de Tomek mientras le hacen el tatuaje en la frente. Tumbado bocarriba, trata de sonreír mientras le graban un nombre y unas cifras, pero le duele mucho. Es rubio y tiene los ojos claros: una mirada amable. Es un hombre tumbado sobre su degradación, pero es un hombre que también podría ser, precisamente por eso, cualquiera de nosotros. Unos turistas británicos de despedida de soltero --esa puñetera plaga-- le ofrecieron 100 euros por tatuarse en la frente el nombre y la dirección del novio: «Jamie Blake, North Shields, N28». Fue el pasado mayo, pero se ha sabido ahora. Tomek, un polaco de 34 años, alcoholizado y sin domicilio conocido en Benidorm, aceptó. Fue entonces cuando lo fotografiaron: fotografía, cómo no, que subieron a una red social. Sin embargo, el tatuaje no pudo terminarse por los fuertes dolores que le estaba causando. Asistimos aquí a la reunión de varios miserables: no solo los hijos de Satanás que decidieron ofrecérselo, sino también el tatuador, que no debió aceptar. En esta vida no todo puede estar penalizado, no podemos ir con el Código penal detrás de cada vergüenza: se lo ofrecieron, sí, y él aceptó. Pero también es verdad que aprovechándose de su absoluta vulnerabilidad. Con claro abuso sobre su situación de lacerante exclusión social. No hace falta que le ayudes, no le des dinero. Pero no lo humilles, como también hicieron unos aficionados del PSV Eindhoven tirando monedas a unas rumanas en Madrid o el youtuber Kanghoua Ren, grabando cómo daba galletas rellenas de pasta de dientes a un mendigo en Barcelona. Gentuza y basura, algo que seguramente podríamos extender a Jamie Blake, aunque ha asegurado que fue cosa de sus amigos. ¿Dónde estaba él? Esta mierda tiene que ver con dos factores: un deseo asqueroso de dominio sobre los más necesitados y la necesidad enferma del autobombo en Internet. Es nuestra escombrera. Mientras tanto, Tomek acaba de aparecer dispuesto a rehacer su vida. Su dolor nos pertenece.

* Escritor