Cumplidos los 100 días del Gobierno del presidente Sánchez, éste ha demostrado con hechos lo que se suponía que podía ser a partir de la forma en la que llegó al poder: un gobierno débil que concitó una mayoría para echar a Rajoy, no para gobernar; un gobierno superficial, sin más orientación que unos trending topics; un gobierno sin más programa que ocupar la Moncloa y ganar visibilidad para preparar unas elecciones.

En política exterior, el estreno del Gobierno fue la acogida del Aquarius y una posición ante la inmigración que chocó con la realidad comunitaria. Europa no tiene un plan para resolver el problema de la inmigración, como se vio en la cumbre de junio, y España sólo tiene una posición de buenismo que es débil en Europa. Además, España no está preparada para acoger a los que llegan, pues se ha vuelto a las devoluciones en caliente, haciendo aquello que tanto se criticó en la oposición. Hay tanta improvisación, que el presidente Sánchez ni ha tenido tiempo de viajar a Marruecos, desde donde parten los inmigrantes, para hablar de esta cuestión. Del otro eje de nuestra política exterior, además de Europa y Marruecos, casi mejor no comentar, pues la gira latinoamericana de agosto ha sido precipitada y sólo ha llevado a dos países importantes, Colombia y Chile, pues Costa Rica y Bolivia entraron de relleno. Más hubiera valido preparar una buena ofensiva de política exterior y no cruzar el charco cuando los países importantes están en plena transición de gobierno o en elecciones.

En política interior, el presidente Sánchez está siguiendo los mismos pasos de Zapatero que nos llevaron a los graves problemas que han fracturado a Cataluña y al conjunto de España. Los pasos de las concesiones. Y la primera, el trato bilateral sin exigir que la Generalitat se integre en la Mesa de la Financiación Autonómica es un error. Como es un error dejar que abran las oficinas de propaganda exterior. Como es un error retirar los recursos. Es un error considerar que los independentistas van a dar pasos atrás. Más que un error, una ingenuidad infantil, pues son totalitarios: la política de apaciguamiento al estilo Chamberlain fue lo que dio pie a Hitler y a Stalin a invadir Polonia.

En política económica, poco o nada se ha hecho, pues andan con la negociación de los presupuestos. Los retoques al IVA han sido más ideológicos que reales, sólo han afectado al IVA cultural, pues el IVA de los bienes de primera necesidad parece que no corría prisa (quizás porque es más importante ir al cine que comprar leche). En cuanto al IRPF no sólo es un parche lo que proponen, es que no se han estudiado las estadísticas tributarias, pues de la misma forma que las grandes empresas no pagan el tipo teórico del Impuesto de Sociedades, en el IRPF hay un agujero que se llama la tributación por módulos, que es por donde se va una parte de la recaudación del impuesto. Lo demás han sido o brindis al sol, como el impuesto a la banca, o contradicciones flagrantes, como el impuesto al diésel. Y del Ministerio de Trabajo, mejor no hablar.

Si a estas muestras sumamos las contradicciones en la defensa del juez Lamela, la falta de coherencia respecto a RTVE, la vuelta a confundir los problemas de nuestra enseñanza con viejas posiciones ideológicas (¿de verdad alguien cree que el problema de nuestra educación es la clase de religión o si un centro es público o concertado?), el lío de las venta de armas a Arabia Saudí, la legalización de un sindicato de prostitución o la cortina de humo de la exhumación de Franco, nos encontramos con un Gobierno que parece una ensalada de nueva cocina: mucha literatura, bastante decoración, una presentación elegante y una mezcla de sabores caótica, exótica y supuestamente saludable, pero que no quita el hambre y, desde luego, sale cara. Muy cara.

* Profesor de Política Económica. Universidad Loyola