Liquidada la II Internacional, finalizada la Gran Guerra y concluida a su vez la Revolución Rusa de 1917, lo acaecido en ese país en octubre y en los meses siguientes, así como el régimen que en él se instaurara, fueron noticias acogidas con enorme preocupación en Occidente. Fue el espejo en el que se miraron todos los trabajadores, que vieron en la revolución una prueba fehaciente del fin del capitalismo y una amenaza para la sociedad liberal. Lenin convocó, en el Congreso Mundial de la Internacional Comunista, a todas las organizaciones obreras del mundo, a fin de reconstruir el internacionalismo proletario. El marxismo revolucionario, con matices, era internacionalista; de ahí que los revolucionarios y comunistas rusos también lo fueran y, con toda lógica, quisieran exportar su modelo al resto del planeta, aunque fuera a costa de provocar una división del movimiento obrero entre socialistas y comunistas, la cual se plasmó entre los días 2 y 6 de marzo de 1919 en la III Internacional o Internacional Comunista, conocida como Komintern, que se celebró de forma apresurada en Petrogrado para ponerse de inmediato a las órdenes de la URSS.

Su asamblea constituyente, primera bajo el control del Partido Comunista ruso, a la que asistieron 37 delegaciones internacionales, fue presidida por G. E. Zinóviev. En ella se acentuó la división existente dentro del socialismo internacional, el cual acabaría escindiéndose entre quienes defendían la reforma del sistema capitalista, aceptando así los mecanismos de la democracia parlamentaria (tal y como podía ser el caso de los viejos socialistas), y la de aquellos partidarios de la revolución armada, adheridos a partir de entonces a la nueva internacional obrera, cuyo fin exclusivo era el de acabar con el capitalismo e instaurar fuera de Rusia la dictadura proletaria. En la nueva organización, que llevaría a la práctica los preceptos del marxismo clásico, así como los seculares ideales del socialismo y del movimiento obrero, solo podrían militar aquellos grupos que hubieran adoptado el nuevo modelo bolchevique y se propusieran, al mismo tiempo, llevar la revolución a sus respectivos países. Para ello, y si fuera necesario, las organizaciones expulsarían de su seno a aquellos miembros a los que considerasen tibios o dudosos con la nueva doctrina emanada de la URSS, lo que conllevó una oleada de escisiones entre las organizaciones obreras. Ello dio lugar a la creación de los nuevos partidos comunistas, muy minoritarios con respecto a los socialistas y, entre ellos, también el de España, cuyo nacimiento no se produciría hasta 1921.

Aunque en un principio numerosos partidos socialistas simpatizaron con la revolución rusa y con la nueva internacional, las condiciones que se les impusieron para su adhesión a la misma provocaron numerosas escisiones. En su Segundo Congreso, celebrado en 1920, se acordó que cada una de las organizaciones hermanas que desearan pertenecer a ella, estaba obligada a expulsar de los puestos de responsabilidad a reformistas y partidarios del centro, quienes lógicamente habrían de ser sustituidos por fiables comunistas. Igualmente, cada organización que quisiera pertenecer a la III Internacional tenía la obligación de desenmascarar a los social-patriotas y a los social-pacíficos. Los comunistas partidarios, para cumplir con su deber, habrían de ser disciplinados y estar fuertemente jerarquizados y centralizados, debiendo además hacer las depuraciones o revisiones precisas a fin de apartar del Partido a todo pequeño burgués que se introdujera entre sus filas.

En cualquier caso, la división del movimiento obrero marxista estaba ya consumada, lo que produjo el aislamiento de la URSS en el ámbito internacional. El Komintern se estructuró a partir de entonces de un modo similar al adoptado en sus anteriores congresos, estableciendo condiciones de pertenencia al mismo con el fin de seguir en la práctica la política exterior soviética, manteniendo un modelo único que imponía el comunismo revolucionario y su consiguiente rechazo del reformismo burgués. Cada partido perteneciente a la nueva Internacional tenía el deber de prestar apoyo a las Repúblicas Soviéticas en su lucha frente a las fuerzas contrarrevolucionarias. De igual modo, quienes quisieran pertenecer al Komintern, deberían llevar, entre sus siglas, el nombre de «Comunista». En su último Congreso, celebrado en 1935, se concretarían los Frentes Populares. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y con la invasión nazi de la URSS, la III Internacional, que había declarado ya una decidida lucha frente al mundo burgués y a los partidos socialdemócratas amarillos, fue voluntariamente disuelta por Stalin en mayo de 1943, ya en plena conflagración mundial, con el fin de fortalecer su alianza con los aliados frente al nazismo.

* Catedrático