Eran las once horas cuando los cañones dejaron de rugir y el avance inexorable de las tropas aliadas convenció a los alemanes de que la derrota era inevitable, lo que les obligó a negociar el armisticio. Aquel 11 de noviembre de 1918 --el domingo pasado hizo cien años--, quedaba atrás en el frente occidental la más terrible guerra conocida hasta entonces, la cual movilizó a 70 millones de militares y produjo efectos que aún sufrimos, al transformar el mapa del mundo como ninguna otra lo había hecho hasta entonces: desaparecieron cuatro imperios con sus correspondientes pérdidas de territorios, se crearon nuevos estados, y surgieron movimientos de masas que marcaron la centuria hasta su ocaso. No cabe duda de que con la incorporación de los EEUU al bando aliado, y con el temor del alto mando germano a una revolución comunista similar a la acaecida en Rusia el año precedente, se favoreció la firma del cese de hostilidades, sin que ello supusiera la rendición de ningún bando. No cabía otra solución, ya que el último esfuerzo alemán para ganar la contienda se había frustrado entre los meses de abril y junio. A comienzos del estío ya se sabía que la guerra estaba perdida para Alemania. Fueron los aliados quienes tomaron la iniciativa de una situación que se había vuelto insostenible para el adversario. El 29 de septiembre se rompe el frente búlgaro, mientras los turcos se retiran de Palestina y dejan de ser una retaguardia eficaz para germano-austriacos en la Tesalia y en el norte de Grecia; ello supuso el fin de los combates en el Asia otomana, con la victoria británica. El 28 de octubre Checoslovaquia y Polonia proclaman su independencia, y al día siguiente lo hace Croacia, a la espera de formar un nuevo Estado junto a serbios y eslovacos. El día 30 los turcos se habían rendido en la zona del Egeo, siendo tres días más tarde cuando Austria-Hungría firmó el cese de las hostilidades, abdicando su emperador el 11 de noviembre, al igual que un día antes lo hiciera el káiser Guillermo II. Había concluido una pesadilla que llevó en Europa a la tumba a toda una generación de jóvenes, sembrando además la semilla para el próximo horror en el que el Viejo Continente habría de quedar aún más destrozado.

Un año más tarde las potencias vencedoras impusieron sus condiciones en el Tratado de Versalles, en el que Francia adoptó un espíritu de revancha contra Alemania, a la que consideró culpable del desencadenamiento del conflicto. Esta potencia perdió su imperio colonial en beneficio de franceses y británicos, debiendo pagar fuertes indemnizaciones a los vencedores, lo que supuso la causa de la crisis económica sufrida por los germanos en aquellos años. El mapa mundial se vio alterado por los tratados de Versalles, Saint-Germain, Neuilly, Trianon y Sévres, en los que se dirimieron algunos de los muchos problemas derivados de la conflagración mundial. Mientras los otros tratados solventaron cuestiones relativas a los aliados de los principales perdedores, el de Versalles serviría básicamente para afrontar el problema alemán y los temas fundamentales para la reconstrucción del Viejo Continente: Francia e Italia recuperan los territorios reclamados; desaparecen los imperios alemán, austro-hungaro y turco; surgen en el Báltico naciones como Estonia, Letonia y Lituania; y los polacos consiguen su reconocimiento como nacionalidad. En el Adriático, a Italia se le concede Triestre, partes de Istria y Dalmacia, así como el valle del alto Adigio, en el que vivían un par de cientos de miles de habitantes de lengua germánica. Se crea también la Sociedad de Naciones, como foro para evitar futuras guerras, inspirándose en los 14 puntos que el 8 de enero de 1918 el presidente Wilson había formulado para la paz. En dicho organismo se integrarían vencedores y neutrales, si bien con ausencias tan significativas como las de Rusia y EEUU, así como la de los vencidos.

Por otro lado, la guerra, debido a los tremendos avances tecnológicos producidos en la industria armamentística, fue con mucho la más mortífera de las conocidas hasta entonces (más de diez millones de muertos), propiciando además el triunfo del bolchevismo en Rusia y la aparición de los EEUU como primera potencia. De igual modo, la contienda alentaría el revanchismo nacionalista de los descontentos con el Tratado de Versalles, siendo la principal causa desencadenante de la aparición del fascismo y del nacionalsocialismo. En Alemania se hizo una virulenta campaña contra los firmantes de un Tratado que fue presentado como una afrenta para su pueblo. En general, allí donde el candoroso presidente norteamericano Wilson pensó que se construiría una paz estable, se suscitaron actitudes de desconfianza, de revancha y de acusaciones mutuas que fueron, sin duda, caldo de cultivo para el inicio de otra guerra todavía peor, que no tardó ni cuatro lustros en producirse.

* Catedrático