La anticipación de la fecha electoral era inevitable para no quedar el Gobierno andaluz instalado en el veredicto del fraude, denominado ERE, cuyo olor de corrupción hubiese entrado por la ranura de las urnas.

Antes de que fluyan sentencias humeantes se han convocado estas elecciones en vísperas del cuarenta aniversario de nuestra Constitución que estamos celebrando.

¿Cómo está de salud nuestra Andalucía?

Si analizamos indicadores, relativos a otras regiones de España, se observan ciudades con solares vacíos de andaluces marchitos y empresas con ventanales rotos en polígonos industriales y naves como caballos solitarios que ni trotan ni piafan. Una región en cuya parte interior no se encienden las luces del progreso.

En esta Andalucía no nos atrevemos a enfrentarnos a la realidad y preferimos mascaradas. Hay muchas manos que quieren trabajar y cada mañana descorren cortinas para contemplar un horizonte de desesperanza. Tienen su alma llena de materiales de tristeza, sentada al filo de la cama. Es esta Andalucía amable, que sufre infinitamente y ríe cada cuatro años en vísperas electorales.

En Andalucía hay miles de rostros angustiados que no vinieron de allá de los mares, que se unen a los de quienes vienen de las azules agua de Alborán y del rugoso Riff, sin meta que elevar en nuestros aires, con ansias de vivir, llamando a nuestras puertas. Son gentes que nos esperan al final de la calle, en el cancel de la iglesia, en la acera cordobesa de Tejares.

Tras el día dos de diciembre elegiremos Parlamento que votará Gobierno, que portará alfanje con la pretensión de dar fin a esta pobreza inevitable. Tengo la sensación de que aquellas dos grandes casas de Sevilla seguirán siendo decadencia aunque parezcan sus señales maravillas. Parlamento y Gobierno serán palabras incapaces de decir palabras entendibles y sin oscuridades. No sé a quién voy a votar, aunque debo y tengo que hacerlo. Estoy meditando, inmerso en la ruina del tiempo que me está tocando vivir, sobre la sombra alargada de cada candidato, obviamente de racionalidad limitada. Porque las dos últimas legislaturas han sido el fracaso de todo intento de coordinación centralizada, muy necesitada de digna conducta moral y de una rehabilitación de la economía política con racionalidad más humana, obligada hacia las futuras generaciones que pierden la confianza y se marchan.

Y me temo que cuando se constituyan Parlamento y Gobierno seguirán sin romperse nuestras telarañas, seguirán los pétalos caídos de nuestras marchitas esperanzas.

* Catedrático emérito de la UCO