Cuando Diario CÓRDOBA me vuelve a invitar a escribir mis impresiones sobre otra campaña electoral, tengo sensación de déjà vu, o más bien sospecho estar metida en El día de la marmota.

El ambiente electoral vuelve a mostrar ese pulso genéricamente alejado de una realidad, de los problemas cotidianos y vitales del personal. Y en la otra orilla, vuelve a manifestarse el espectro cada vez más real de esa desafección a la llamada «clase política».

Pero la política como articulación de las relaciones entre los muy diferentes miembros de grupos humanos tiene mucho que ver con personas y su capacidad de diálogo, con la democracia como lugar en que llegar a acuerdos y donde resolver los verdaderos problemas de la ciudadanía. Y sé, por supuesto, que no todas las personas políticas son iguales, como no lo son todos los andorranos, por poner cualquier ejemplo.

Y en esta atmósfera emerge el valor de la palabra, esa que lo construye todo y contribuye --o no-- a entendernos. Y la palabra no es inocua; tiene el poder de aliviar, ayudar, dar fuerza... O ser nociva y dañar. Demos, pues, una «pensada» a ello, a ese bombardeo del y tú más, del yo ni muerto pactaré con nosequién, que no explico mi proyecto pero sí que el otro lo hace mal (otra vez el otro, sin tener en cuenta que siempre, siempre, somos nos+otras/os), o a esos anacronismos de que cualquier tiempo pasado fue mejor cuando Heráclito nos demostró hace siglos que todo fluye.

Y creo que la situación nos pide más un «entretodos» para poder resolver problemas verdaderos, y no esos simbólicamente (re)inventados.

Pero nuestros políticos no nacen en un bancal, por generación espontánea, siguiendo el simil amanecero. Reflexionemos sobre qué parte de responsabilidad en todo esto tenemos cada cual. Y en esto siempre vuelvo a la gravedad --en este caso, del asunto-- recordando a Newton, por aquello de la gravitación universal y las leyes de la dinámica pero aplicadas a la colectividad, en aquello de que «para cada acción siempre se opone una reacción igual pero de sentido contrario» y en que «construimos demasiados muros y no suficientes puentes».

Asumamos, volviendo a Cuerda, que ellos son contingentes y nosotros necesarios (la sociedad siempre estuvo allí, como el dinosaurio de Monterroso), y cuál es nuestra responsabilidad individual y colectiva. Aunque continuamente me pregunte si no será que en esto del diálogo necesario, como nos decía un profesor en la facultad, estaré segura pero equivocada.

* Presidenta del Consejo Social de la Ciudad de Córdoba