No es necesario parecerse a la sibila de Cumas para vaticinar que en las elecciones andaluzas del mes que viene van a predominar los insultos, las descalificaciones del adversario, sobre los programas, más o menos posibles, pero constructivos.

Una realidad que se encuentra a ojos vistas y que ha tenido el prólogo en la provocadora cartelería difundida por las juventudes del Partido Popular --el arbolito, desde chiquito-- poniendo de manifiesto las dosis masivas de mala uva que atesoran los alevines populares y, ante todo, el basamento reaccionario que cada vez sustenta, con mayor solidez, al conservadurismo hispano, pues, aunque se vista con la seda del centrismo, reaccionario se queda sin remedio.

(Entre paréntesis y para quienes han tenido la fortuna de no ver dichos carteles, decimos que en ellos aparecen, virados en color rojo, todos los presidentes andaluces, con un letrero mayúsculo que los llama «ratas». No estaría de más que tales dirigentes mandaran una copia de la agresión gráfica a todos los votantes para ayudarles a conocer bien la ralea de los que aspiran al gobierno de la Comunidad).

No obstante, la gran pregunta andaluza sigue siendo si alguna vez cambiará el signo político del poder autonómico en estas tierras de María Santísima, y si ahora será el momento de que así suceda. Aunque en estricta teoría democrática, la alternancia es una virtud plausible del sistema, pensamos que, chispa más o menos, las cosas públicas van a continuar como están, aunque en este momento -descartadas las mayorías absolutas-, observamos una leve inclinación a la izquierda. Tal vez, lógica consecuencia de que los partidos establecidos en la órbita conservadora tienen ideas y acciones que cada vez se alejan más de un centrismo exacto que, por desgracia, hoy día, cuando tanto lo necesitaríamos -entre otras cosas para decapitar definitivamente los perniciosos efectos que todavía colean de la dictadura-, se encuentra desaparecido, aunque todos presuman de hallarse en dicho lugar.

Dadas las circunstancias políticas actuales, nos maliciamos que va haber pocos debates nobles y razonables y muchos ventiladores distribuyendo recíprocas miasmas. Por todo ello, en las venideras elecciones andaluzas, pensamos, quizás en el colmo de la ingenuidad, que deberían ganarlas quienes menos tiren al degüello del contrincante, pues en este momento dificultoso, lo que más necesita el país es desterrar todo tipo de indecencias y ultramontanismos. Premisa indispensable para llevar a cabo labores de progreso, solidaridad y reconstrucción institucional -aquí en el Sur y en España entera-, para que resurjan unos valores democráticos que, 40 años después de la Constitución de la Concordia, andan para atrás, como el cangrejo.

* Diputado constituyente de UCD