El día 2 de diciembre, Andalucía afronta unas elecciones autonómicas cruciales para todos. Estas elecciones pueden, bien llevarnos a una nueva etapa ilusionante y de modernidad, bien reiterarnos en la frustración, el escaso desarrollo económico y un deficiente bienestar social. Es indudable que se van a desarrollar en un espacio político más abierto y plural, en el que los bloques monolíticos y hegemónicos serán cosa del pasado. En este escenario inédito, la obtención de acuerdos productivos, tanto en lo social como en lo económico, habrá de basarse en la capacidad de diálogo, negociación, tolerancia y consenso que desplieguen nuestros representantes políticos. Como se escucha hoy día en ciertos foros, Andalucía es de los andaluces y no de los partidos políticos, que a veces tan pobremente nos representan. Por ello, en estas elecciones deberíamos saber discernir entre los que nos hacen promesas vacías de contenido y nunca cumplidas y los que persiguen un cambio de rumbo para nuestra tierra. Este cambio, obligatoriamente, debería construirse sobre nuevas reglas, no solo en la forma de gobernar y de gestionar los recursos públicos, sino también en la forma de incentivar la creación de empresas para a través de ello conseguir un empleo suficientemente remunerado y de calidad, que permita a los andaluces ser ciudadanos libres y de pleno derecho. Es evidente que los sistemas políticos y de gestión pública establecidos hasta el presente ya no son válidos, puesto que todos los indicadores objetivos nos lo indican. Así, a pesar de haber recibido más de cien mil millones de euros de las arcas europeas, hacemos agua en Educación, estamos por debajo de la media tanto en inversión sanitaria como en inversión productiva en I+D+i, y tampoco sobresalimos ni en políticas sociales ni en renta per cápita, siendo nuestro nivel de desempleo el más alto de los países de nuestro entorno. Ello es el resultado de los malos hábitos y de un estancamiento impropios de una sociedad abierta. Por lo tanto, es el momento de votar con el raciocinio más que con fobias y emociones, mirando hacia nuestro entorno global y fijándonos en aquellas ideologías que han creado el mayor grado de bienestar social, riqueza y calidad democrática en las sociedades que gobiernan. Es el momento de exigir a nuestros representantes que se comprometan con los ciudadanos, ofreciendo a los mismos una mayor transparencia de gestión y una mayor eficiencia en la misma, y que renuncien a sus privilegios ante la justicia, separando el poder judicial del poder político. También sería conveniente que se comprometieran a seleccionar correctamente a los trabajadores públicos de todo tipo, siguiendo principios de mérito y capacidad, sin administraciones paralelas innecesarias y opacas, y que disminuyesen la presión fiscal a ciudadanos y empresas, sin dejar de mejorar la prestaciones sociales a los más desfavorecidos. La única ideología que puede responder a todos estos retos, en mi modesta opinión, sería el liberalismo democrático.

* Catedrático de Universidad. Círculo Liberal de Andalucía