En teoría la campaña electoral política es un esfuerzo sobreañadido en el que los partidos políticos, o agrupaciones electorales, intensifican la difusión de sus propuestas, promesas y líneas ideológicas a fin de recabar para ellas el apoyo del demos. Y, siguiendo con la teoría, los medios a emplear son varios: el debate, el acto político de masas, la conferencia, la asamblea cívica, la imagen y, en fin, todo aquello que ayude a la memoria de los electores para recordar cosas supuestamente oídas y escuchadas con anterioridad a la campaña. Desde esta premisa, una campaña electoral paradigmática sería aquella que se articulase en torno a dos líneas de acción: medios de comunicación y la militancia partidaria. ¿Cómo?

Los poderes públicos debieran poner a disposición de la campaña todos los medios de comunicación de que disponen. Y además, contratar con los privados espacios y horarios ad hoc para tal fin. Y todo ello con unas reglas de juego presididas por la neutralidad, la amenidad sin concesiones al espectáculo degradante y una línea conductora centrada en propuestas concretas, crítica en sentido etimológico --es decir análisis-- y valores que vertebran las propuestas respectivas.

Las fuerzas políticas contendientes tienen, otra vez teóricamente, una militancia a la que se le supone un conocimiento de las líneas programáticas y actividades que sus cargos públicos han hecho en las instituciones y en función de ello pueden convocar asambleas locales, vecinales y sectoriales para dar a conocer los proyectos en los que esa militancia, es de suponer, ha participado.

Un debate político, en puridad, es una controversia en torno a problemas que afectan al electorado. Ello implica saber de lo que se habla, escuchar la opinión contendiente y, como consecuencia derivada, mejorar la propuesta. Lo que nunca puede ser un debate es una trifulca de niños mal criados que solo saben «vender el producto» en un mercado de hooligans exaltados.

Una campaña electoral debe ser una ocasión para que el electorado compruebe que la política es un ejercicio permanente de mejora social, cultural y ética. Si no es así, la política carece de sentido. Todo lo más, la política y sus campañas electorales serán circos romanos de caricatos disfrazados de gladiadores.

Tras 41 años de sistema electoral democrático, conviene ser conscientes de que se cambia de rumbo en la aparición pública de la política o los políticos seremos sustituidos por tertulianos y nadie notará el cambio. Demos tiempo al tiempo.

* Exalcalde de Córdoba