Paseamos por San Agustín, Costanillas, calle Montero y su entorno. Distintas sensaciones nos invaden, de tranquilidad y de paz al recorrer estas calles con un ritmo de vida apaciguado.Te vas cruzando con las vecinas y vecinos, saludas, intercambias algunas palabras, una dimensión humana de la ciudad se hace evidente y te satisface. Por otro lado sigues callejeando y te encuentras con casas cerradas y en venta, casas en las que antes vivieron numerosas familias conocidas como las casas patio, solares abandonados, casas en ruinas, un colegio cerrado y sin uso. Una pregunta te asalta: ¿qué es lo que hace que una ciudad funcione, tenga vida? ¿Qué quiero que sea mi ciudad, nuestra ciudad? ¿Qué es mi barrio, nuestro barrio? Te adentras poco a poco en la cotidianeidad de un barrio y descubres su pluralidad, las diferencias, las semejanzas, las fragilidades y los deseos de cada persona así como la profunda historia de esta zona de Córdoba que hace pocas décadas tenía una vida increíble y un bullicio constante con el mercado de la plaza de San Agustín, el cine del Huerto hundido, la calle Dormitorio (Obispo López Criado) por dar algunos ejemplos.

En este preciso instante Córdoba celebra su fiesta de los patios y las casas abren sus puertas permitiendo así una comunicación entre espacio público y privado un ir y venir de transeúntes que hace surgir una reflexión: ¿Cuál es el espacio que ocupamos? ¿Cómo lo ocupamos? ¿Desde dónde? Y esto nos lleva a la necesidad de pensar la ciudad, se tiene que crear un debate serio y profundo sobre qué modelo de ciudad queremos en cuanto a movilidad, economía, medioambiente, educación, bienes comunes, ciudad inclusiva y principalmente cabría destacar el concepto de ciudad compacta, que se enfrenta al de ciudad extensa (modelo actual), cuyo planteamiento urbanístico reactivaría el tejido urbano y social de nuestra ciudad. Para ello no solo necesitamos establecer un diálogo constante entre institución y ciudadanía sino que es crucial exigirles a quienes nos gobiernan que actúen con responsabilidad y que las promesas electorales no se esfumen y nos vuelvan a dejar con un sabor a desengaño.

La ciudad y por ende nuestros barrios no pertenecen a ningún gobierno, como ciudadanas y ciudadanos tenemos la responsabilidad de hacerlos nuestros. Bajemos a las calles, ocupemos el espacio con nuestros cuerpos presentes y desde la reflexión en común creemos nuevas formas de hacer política.

* Presidenta de la AV Galea Vetus