De rebote también valen. Y sufriendo, también. España salió resoplando de Kazán, con el corazón a mil pulsaciones después de quebrar la resistencia de la ultradefensiva y ordenada selección de Irán. Terminó tan angustiada la selección de Hierro que se le vio la cara desfigurada, incapaz de gobernar el partido cuando lo tenía en su mano, viviendo angustiosamente esos dos minutos en los que el VAR determinó que el tanto de Irán estaba bien anulado.

El gol de Diego Costa llegó sin querer. La pelota despejada por Rezaeian terminó golpeando en las piernas del delantero del Atlético acabando caprichosamente en la red iraní. Ni así, con el 0-1 en el marcador, pudo tener la tranquilidad suficiente. Ahora, con un empate en la última jornada estaría en octavos de final. Y hasta con una derrota si Irán cae con Portugal.

Era un ejercicio de paciencia y, por supuesto, de resistencia. Paciencia porque Queiroz levantó un muro defensivo impresionante con Irán, que ya aguantó 179 minutos sin recibir un gol en Brasil hace cuatro años. Impresionante porque tenía tan estudiada a España que ejerció un efecto deprimente sobre su juego. Hierro colocó un ala derecha totalmente nueva con respecto a Portugal (Carvajal por Nacho; Lucas Vázquez por Koke), que tenía así una mirada mucho más ofensiva. Pero el ejercicio defensivo iraní, con un 6-4-1, parapetados en campo propio, perdón en el área de Beiranvand, se impuso a la circulación del balón español.

Paciencia para encontrar la puerta y paciencia para no perderla y dejar espacios atrás. Habían pasado 45 minutos y solo Silva entendió lo que demandaba tan dura noche en Kazán, donde no se podía escuchar al que tenías a tu lado del infernal ruido que sacudía el estadio con tanta trompeta. Había mayoría de iranís en la grada y también parecía que había más de 11 en el césped.

UN EJÉRCITO ENFRENTE / Los soldados de Queiroz eran, en realidad, un verdadero ejército que defendía cada metro como si no existiera el mañana. España, con ese par de modificaciones de Hierro, no lograba activar sus circuitos habituales de juego porque, además, los laterales más que llegar por sorpresa vivían pegados al banderín de córner iraní. Así todo era más fácil para los persas y mucho más difícil para España. Una vez ahogado Busquets era Ramos quien, recostado en el flanco izquierdo, debía iniciar el ataque de la selección de Hierro. Carvajal y Jordi Alba estaban demasiado empotrados, los interiores sin espacios (solo Isco e Iniesta conectaron una vez con magia), Diego Costa vivía enjaulado (ni un tiro a puerta en los primeros 45 minutos) y Silva disparando desde todos los lugares: fuera y dentro del área.

La paciencia se le estaba acabando a la selección de Hierro porque con tener el balón no le bastaba. Ni mucho menos. Además, Irán no solo jugaba de maravilla en el plano defensivo sino que también lo hacía cuando la pelota se detenía. Parecían italianos en la gestión del otro partido, perdiendo tiempo hasta cuando respiraban. Era una Irán de hierro, mientras España no tenía regate ni tampoco el necesario disparo desde fuera del área para amenazar, pese al liderazgo.

Todo lo que le faltó lo sacó España al inicio de la segunda. Agresividad con el balón (viajaba más rápido, los iranís llegaban más tarde), profundidad por ambos costados porque maduró el partido. Un pase de Iniesta al corazón del área se convirtió en el gol liberador de Costa, de rebote y con la rodilla.

MINUTOS DE PÁNICO / Hecho lo más difícil, España entró en pánico. Pánico porque un saque de banda de Irán acabó en un remate que se estrelló en la red lateral (más de medio estadio cantó gol) y luego tuvo el corazón en un vilo cuando el asistente vio fuera de juego en el tanto de Ezatolahi. Lo vio él y luego también el VAR. Pero esos dos minutos (del 61’ en el que se produjo la mala defensa de España en una falta lateral al 63’ en que se impartió la justicia definitiva) fueron terribles para La Roja. Irán rezó en vano.

Fue cuando Hierro metió mano al equipo (Koke por Iniesta para no dejar solo a Busquets y Marco Asensio por Lucas Vázquez para recuperar el balón) para alejarlo de la casa de De Gea, un portero que no sale nunca de su línea, con el daño que eso implica para sus compañeros, cada vez más atrás. España se asustó y terminó con la lengua fuera.