Esta es la historia de un hombre que hizo creer a cinco millones de escoceses que iban a ganar el Mundial. No que podían ganarlo, no. Que lo iban a ganar. Sucedió en 1978. Escocia cayó en la primera fase tras una derrota clara frente a Perú y un humillante empate con Irán. El hombre se llamaba Alistair Reid MacLeod y era el seleccionador.

"Podéis marcar el 25 de junio de 1978 como el día en que el fútbol escocés conquistará el mundo". Es difícil afrontar un torneo con más fe en las posibilidades del propio equipo que la que exhibió MacLeod en los días previos al inicio de la Copa del Mundo de Argentina. Para entonces, el entrenador nacido en Glasgow ya se había ganado una merecida fama de bocazas ("Me llamo Ally MacLeod y soy un ganador nato" fueron las primeras palabras que dirigió a los jugadores en su estreno como responsable de la selección), pero los buenos resultados obtenidos en los partidos de clasificación, incluida una victoria por 3-1 frente a los checoslovacos, vigentes campeones de Europa, dispararon su arrogancia hasta unos extremos que harían sentir vergüenza ajena a Muhammad Ali.

Cerveza y cigarrillos

MacLeod no solo infló de manera imprudente las expectativas del equipo escocés -cuando un periodista le preguntó qué pensaba hacer después de la Copa del Mundo, él respondió: "Revalidarla"-, sino que, con la complicidad de la prensa, persuadió a todo el país de que el triunfo era cosa hecha. El servicio postal británico, el Royal Mail, llegó a diseñar unos sellos conmemorativos de la victoria de Escocia en el Mundial. En medio de esa ola de triunfalismo incontenible, tanto el técnico como los jugadores de la selección fueron requeridos para anunciar todo tipo de productos, desde moquetas hasta automóviles, pasando por cámaras fotográficas, cerveza y cigarrillos ("algunos de nuestros futbolistas fuman, así que sería hipócrita respaldar una campaña antitabaco", comentó MacLeod después de que los responsables escoceses de salud pusieran el grito en el cielo).

Ah, y Rod Stewart perpetró la atroz 'Ole Ola', un engendro con ritmo de samba que contenía versos como estos: "Tenemos a Dalglish, Buchan y Macari / tenemos a Archie Gemmill, Johnstone y McQueen / […] y con esta combinación letal / es razonable pensar / que la Copa del Mundo será nuestra a finales de junio". Oh, Rod.

El ejercicio de sugestión colectiva (ríanse ustedes de Uri Geller) alcanzó su punto culminante el 25 de mayo, cuando 30.000 aficionados se dieron cita en Hampden Park para despedir a la selección, que partió del estadio en un autobús descubierto acompañado por una banda de música y majorettes. Dos semanas más tarde, unas 30 personas, la mayoría familiares, acudieron al aeropuerto de Glasgow a recibir al equipo.

Entre uno y otro momento, los escoceses perdieron 3-1 ante Perú, vieron cómo el interior Willie Johnston era expulsado del torneo (a punta de pistola) tras dar positivo en un control antidóping, empataron con Irán (1-1) y se despidieron del Mundial con una victoria insuficiente frente a Holanda (3-2).

MacLeod solo aguantó un partido más en el puesto de seleccionador antes de ser destituido y pasar a dirigir al Motherwell FC. El fracaso apenas hizo mella en su indestructible autoestima, como prueba el desacomplejado balance de su carrera que hizo años después en el libro 'The Ally MacLeod Story': "Soy un entrenador muy bueno que una vez tuvo un par de días desastrosos en Argentina".