Alguien que es concebido en una auténtica noche de locura, de felicidad, de celebración, no puede ser, nueve meses después, un ser aburrido, asustadizo. Alguien que es fruto de un amor inmenso, regado con una de las mayores fiestas deportivas jamás vividas, la conquista de la primera Copa de Europa por parte del Barça, en Wembley-92, aquel 20 de mayo de 1992, ha de ser un niño, un muchacho, un adulto, un deportista, un piloto que viva, que corra al ataque, a ganar, asumiendo el riesgo que sea por vencer. El que sea.

Sabido es que Marc Márquez Alentá fue el colofón y el éxtasis a aquel prodigioso gol de Ronald Koeman. Nueve meses después de aquella maravillosa jugada (17 de febrero de 1993), Marc vio la luz a la velocidad que Tintin Koeman metía al Barça en la gloria, en la historia, convirtiéndolo ya en algo mítico. Por eso, a partir de ese instante, el mundo de las dos ruedas empezó a temer que ese niño creciese. Hasta hoy que tiene totalmente aterrorizados a todos los pilotos, jubilados y en activo, desde Valentino Rossi, que ya sufre por sus nueve títulos y 115 victorias, hasta el más que mítico Giacomo Agostini, poseedor de 15 cetros y 122 triunfos. Porque el Márquez que ayer se convirtió, con 24 años y 268 días, en el piloto más laureado de la historia a esa edad, tiene 14 años menos que el Doctor.

DOVIZIOSO, EN LA COLA / Ese chico ganó ayer su cuarto título en cinco años entre los reyes. Y lo hizo, tal y como reconoció, «en el más puro estilo Marc Márquez». ¡Al ataquer!, que diría Chiquito de la Calzada. Cuando todo el mundo intuía que se conformaría con acabar entre los 11 primeros sin importarle, ni mucho ni poco, ¡nada!, qué hiciera el italiano Andrea Dovizioso, que nunca pudo ganar, ni siquiera, de nuevo, con la ayuda de Jorge Lorenzo, que arrastró de él hasta que los dos acabaron en la arena, Márquez jugó con fuego pero, gracias a su estrella, al placer que aún perdura de aquella noche feliz en la alcoba de Julià y Roser, salvó una caída que hubiese podido complicar su conquista.

Cuando viajaba cómodo en el grupito delantero, junto a Johann Zarco, a quien mamá Roser había pedido «mañana, mucha calma», cuando se lo tropezó la noche del sábado en el paddock de Cheste, y Dani Pedrosa, el nen decidió atacar «porque temía que hubiese una caída multitudinaria de los tres y Dovizioso, que venía detrás protegido por Jorge (Lorenzo), ganase la carrera y el título».

Y ASÍ SOBREVIVIÓ, DE NUEVO / La salvada, como llaman en su equipo a estas maravillosas gestas de equilibrista, de trapecista, de sonambulista, fue, cuenta Márquez, fruto de un error «pero no de un exceso, pues íbamos lentos y por eso decidí irme, escaparme, mandar». Curva larga de izquierdas, a casi 200, se le va de delante, pero no entra en pánico. «Vi que se iba de delante, pero que conservaba el agarre detrás. Y decido aferrarme al manillar. No pienso soltar la moto, ya puede dar volteretas, estrellarse contra el muro, clavarse en la gravilla... ¡No la suelto! ¡Me lesiono con ella! Y, como veo que me responde, pongo mis dos ruedas sobre el asfalto, mi codo y mi rodilla izquierda, más las dos ruedas de mi moto, ¡doy un golpe de codo! ¡mi codito!, y se endereza». Y, una vez recuperada, cruza la gravilla, vuelve y gana el título, feliz por ser tercero y por ver triunfar a su compañero Dani Pedrosa. Y vuelve a demostrarse que Dovi tenía razón el jueves cuando dijo: «Solo Marc puede perder el título». Solo Marc juega al ataque, incluso cuando el orfebre que grava el nombre del campeón en la chapita de plata del trofeo mientras ellos aún están en la pista, ha terminado de troquelar la palabra Alentà, la gran hacedora de este milagro.