Un comerciante me abordó ayer en la barra de un bar mientras servidor apuraba un café. «¿Tú no crees que el Ayuntamiento debería escuchar más a los comerciantes de la Corredera y abrir la calle al tráfico de una vez?», me preguntó sin darme siquiera las buenas tardes. «Claro que debe escucharlos», le respondí. Y mientras mi espontáneo interlocutor se daba la media vuelta, le apostillé: «Debe escucharlos y tener en cuenta su opinión, lo mismo que la del resto de montillanos. Porque la Corredera es una vía principal de nuestra ciudad y todos deberíamos tener derecho a dar nuestra opinión, que para eso hemos contribuido a su remodelación con nuestros impuestos».

Mi compañero de tertulia frunció el ceño. «No estoy de acuerdo: los que vivimos en la calle tenemos más derecho a decidir qué se hace en ella». Entonces le pregunté si le parecía bien que solo los catalanes pudieran votar la independencia de Cataluña. «Por supuesto que no, amigo. Pero es que no es lo mismo», me espetó algo airado, aunque sin demasiado convencimiento. Luego se tomó el carajillo de un trago y salió del bar escopeteado.